Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula

La defensa que realizan las mujeres de la comunidad de Santa María Ostula busca impedir que integrantes del PRI local, organizaciones criminales y la empresa minera Ternium se apropien de sus tierras para desarrollar proyectos extractivistas. 

Esta es la historia de Socorro, Paty, María Elena e Isabel quienes, a través de la lucha y sobre todo los cuidados,  sostienen la resistencia de toda una comunidad.

Por Heriberto Paredes / @ZonaDocs

Ilustración: Ivanna Orozco

No hay resistencia sin cuidados. Y no hay cuidados sin la presencia de mujeres. En Santa María de Ostula esto se sabe, aunque pocas veces se dice.

Socorro, Patty, María Elena e Isabel son prueba de que la fuerza de toda resistencia también se da a través del cuidado y la ternura radical, pues en los 15 años de lucha: su presencia, ideas, trabajo, arropo y valentía han sido fundamentales para hacerle frente al crimen organizado, a los partidos políticos, al Estado y a la industria minera.

Y porqué no, también al machismo que, al inicio, pretendió apagar su ímpetu por defender su hogar, su territorio, pero con el tiempo cedió ante su fuerza, pues como dijera Isabel: “Los bloqueos o las protestas no se sostienen sin la presencia de las mujeres”, pues son ellas quienes cuidan la lucha, pero también quienes arropan a todas las personas que están dispuestas a dar la vida por Santa María de Ostula.

Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula
Habitantes de Santa María de Ostula durante una acción de protesta (Foto: Heriberto Paredes).

Siglos de resistencias y de cuidados

La comunidad nahua de Santa María Ostula tiene una historia ligada a la defensa de su territorio y a las formas en las que se ha organizado social, políticamente y económicamente, al menos, desde que Hernán Cortés llegó aquí y declaró la existencia de una encomienda llamada Motines del Oro, poco antes de 1531, año en que también se estableció el culto a la virgen de Guadalupe y se intensificó la explotación de los habitantes de esta región costera en actividades mineras.

Por estas tierras –ahora michoacanas–, se intentaron varios proyectos económicos durante toda la etapa colonial: de la minería de oro, las plantaciones de cacao, al auge del algodón, la ganadería y el comercio de productos como el maíz, vasijas de barro y textiles. Ya conformado México como Estado-Nación, la vida en esta comunidad se desarrolló hacia el interior, a puertas cerradas, tal vez como una manera de protección a su identidad nahua y a sus usos y costumbres.

Desde su inclusión en la encomienda y hasta el día de hoy, Ostula ha mantenido dos procesos fundamentales que se han vuelto los pilares de su vida como comunidad y la han definido de una manera sui generis frente a las poblaciones vecinas, algunas mestizas y otras también nahuas. Por un lado, está la conciencia de un territorio definido y de uso colectivo para toda su población (actualmente de alrededor de 11,500 personas según datos dados por el Comisariado de Bienes Comunales), el cual se consolida en 25 mil 580 hectáreas, actualmente con zonas disputadas entre las poblaciones vecinas de La Placita y Coire. Y en segundo lugar, la necesidad de sostener la seguridad tanto de la comunidad como de la región para evitar que diversos actores, considerados enemigos, puedan operar o atacar directamente a la población y al propio territorio.

Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula
Mujeres de Santa María de Ostula (Foto: Heriberto Paredes).

Desde 2004, la comunidad enfrenta un juicio agrario interpuesto por pequeños propietarios de La Placita que reclaman la propiedad de mil 250 hectáreas del territorio comunal. Entre los demandantes se encuentra el ex presidente municipal de Aquila (alcaldía a la que pertenece Ostula) Mario Álvarez, Chacal, quien fuera dos veces edil por el PRI (1993-1995 y 2005-2007), mismo que fue asesinado por un comando armado el 26 de agosto de 2019 dentro de su casa. Otro de los demandantes es Federico González, Lico, operador de Álvarez y responsable de la muerte de 36 comuneros y la desaparición de otros cinco, todos originarios de Ostula, y quien se encuentra preso en el CEFERESO del Altiplano.

En los casi 20 años de juicio, la población de Ostula ha vivido en carne propia periodos de violencia desmedida, la necesidad de desplazarse para sobrevivir y la aniquilación de una generación de luchadores sociales comunitarios que ante la amenaza de perder parte del territorio a manos de sus vecinos, priístas primero y Templarios después. Ante esta situación la respuesta comunal fue la recuperación del predio que hoy es conocido como Xayakalan y que sigue en disputa jurídica, así como la creación de una nueva Guardia Comunal que procurase la seguridad de las personas.

A pesar de la ofensiva del grupo político-criminal, la organización de Ostula logró sobrevivir  y sostenerse en el tiempo, en ocasiones en situación de terapia intensiva y en otras ocasiones con franca salud, como está actualmente. Fue entre 2008 y 2014 que, mientras la comunidad se organizaba para recuperar sus tierras, la violencia organizada de los pequeños propietarios demandantes también preparaba el asesinato de todo aquel que participó en este proceso de defensa del territorio. 

Consecuencia de esta matanza selectiva, además, la seguridad de la comunidad se vio mermada por la infiltración en la Guardia, lo que profundizó el temor al interior de Ostula y en cierto momento, a partir de 2011 se cancelaron todas las actividades de la vida pública: entierros, fiestas familiares, fiestas religiosas, salidas de fin de semana, estaban completamente prohibidas. Sólo se escuchaba el derrape de las llantas de las camionetas en las que se transportaban los Caballeros Templarios. Música a todo volumen, algunos disparos, gritos, barullo interrumpido sólo por el silencio sepulcral del terror.

En el punto más profundo de la guerra, algunas personas que habían logrado huir y refugiarse en los estados cercanos, comenzaron a organizarse para ahora recuperar toda la comunidad. Con el auge de las autodefensas michoacanas, en 2013, se abrió una posibilidad para que hubiera refuerzos y se lograra restablecer la seguridad en la comunidad. Tras algunos contactos y la valoración de varios planes, jóvenes ostulenses respaldados por autodefensas de Tierra Caliente emprendieron la ofensiva en contra del grupo político-criminal que dominaba la región de la sierra-costa a inicios de 2014.

Tras algunas batallas puntuales, la superioridad de estas fuerzas se impuso por sobre la violencia criminal y se restablecieron –paulatinamente– las actividades de la vida social, empezando por la Asamblea General, la principal instancia de discusión y toma de decisiones en Ostula. Ahí se nombraron como comandantes a quienes encabezaron esta misión de recuperación (la segunda que emprendía la comunidad en menos de 10 años), se establecieron algunos lineamientos de funcionamiento civil, se asignaron nuevas autoridades agrarias y comenzó un periodo de reconstrucción que continúa hasta ahora.

En este sentido, la principal fuerza consolidada es la Guardia Comunal, cuerpo de seguridad compuesto por habitantes de Ostula y que al día de hoy tiene la capacidad de garantizar la vida tranquila en este territorio. Sin su presencia y sin su trabajo no podría hablarse de un lugar seguro, en donde es posible pensar en una realidad distinta, alejada de la violencia que se padeció previamente. Y esto es la continuidad histórica de un proceso que viene, al menos, desde antes de la existencia de este país.

En la época colonial, como lo ha documentado la doctora Carmen Ventura, la comunidad contaba con la Compañía de Flecheros ante la presencia de piratas y otros posibles invasores y hoy se cuenta con una Guardia Comunal formada en 2009 a partir del Manifiesto de Ostula, en donde se argumenta la posibilidad legítima de crear una institución que vele por la tranquilidad de la población. En este rango de tiempo (casi cinco siglos), ambas facetas han caminado juntas y se han construido también como los escenarios en los que la población interactúa y define su política interna, su cultura y su identidad.

En la mayoría de los trabajos anteriores que he escrito el foco ha estado en el papel de los miembros de la Guardia Comunal, los procesos agrarios, las agresiones contra la comunidad por distintos actores armados, la escalada de la violencia y la respuesta comunal que ha dado Ostula ante tantos procesos simultáneos; sin embargo, es momento de empezar a contar una versión de la historia distinta, desde un punto de vista que a veces pasa desapercibido por nuestra propia miopía como periodistas o por nuestra incapacidad para reconocer lo evidente: el papel de las mujeres en todos los procesos de lucha, defensa del territorio y consolidación de la seguridad en un lugar tan asediado, aunque conocido como el Paraíso.

Estas son algunas de las historias de mujeres que viven en la comunidad y que en los pasados 15 años han sido pilares fundamentales para la lucha en contra de los Caballeros Templarios, el Ejército, la Marina, el gobierno estatal y el federal y recientemente una escalada de la empresa minera Ternium y su aliado, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).

Se trata de una modesta ventana a través de la cual nos asomaremos a estas mujeres sin pretender abarcar todo de ellas, atendiendo a que su relato sea la guía que nos permitirá asomarnos a Santa María Ostula desde su resistencia y cuidados.

Socorro, la primera jefa de la Tenencia

Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula

Siempre de risa fácil, andar apresurado y la mochila colgada en el frente, Socorro Medina va y viene recorriendo muchas encargaturas de Ostula, va hasta las más serranas y alejadas y luego vuelve a las costeras. Vende comida en los días de fiesta en la Jefatura de Tenencia, llamada simplemente Ostula, o coordina la limpieza de la nueva comandancia de la Guardia Comunal.

Y también ha representado a su comunidad en el Consejo Indígena de Gobierno (CIG), iniciativa impulsada por el Congreso Nacional Indígena (CNI) ante el escenario electoral de 2018, y en el cual proponían a María de Jesús Patricio, Marichuy, como candidata a la presidencia de la República, aunque no para que ella gobernara sola, sino para que fuera la vocera del CIG y se consolidara, por primera vez en la historia de México, un gobierno colectivo.

A esta iniciativa se sumó Ostula y nombró a sus concejales y concejalas, entre las cuales estaba Socorro. “Yo llegué a ser concejala por medio de una asamblea, me nombraron y fuimos cuatro, dos mujeres y dos hombres, pero al final la última compañera no pudo acompañarnos”.

“Conocí varios lugares, conocí a mucha gente, vi tantas cosas, las vestimentas, sus lenguas, las formas de organización que tiene cada pueblo que fuimos visitando, bonitos lugares, en montaña, en costa, en el centro del país. Vi la comida, cómo la preparan, aquí hacemos comida diferente, se convive de muchas maneras y cuando nos tocaba estar ya en el templete, al principio me daba miedo pero ya después ya no, perdí esa vergüenza o esa pena que yo sentía. Yo como mujer tengo derecho a hablar también, y tenemos el derecho de decir las cosas que sí y las que no”.

Durante muchos meses acompañó la gira de Marichuy y llevó la historia de lucha de su comunidad ante los distintos públicos que estuvieron ahí para escucharla y para escuchar cómo fue posible que ante tanta violencia, Ostula resurgiera y recuperara la vida pública y política. A veces llovió sin parar, a veces hizo un calor inmenso pero Socorro nunca perdió el gesto tranquilo que de pronto estallaba en risas, nunca bajó el volumen de su voz cuando se trató de hablar ante la gente.

“Les platicaba a la gente de mi pueblo, de que deben organizarse, no nomás los hombres, también las mujeres, porque son dos cabezas y se piensa más a fondo las cosas y se hacen mejor”.

Al regresar a su comunidad, tras haber vivido esta experiencia tan importante en su vida, Coco, como también le dicen de cariño, se convirtió en la primera mujer en ser jefa de Tenencia en toda la historia de Ostula. Y antes, en 2015, había sido nombrada como encargada del orden en su localidad, Palma Sola, lo cual ya era significativo, porque este cargo tiene como tarea principal velar por la seguridad y tranquilidad y para ello tiene a su disposición a los guardias que le corresponden.

“En 2018 me nombraron como jefa de Tenencia, que es un cargo muy pesado porque se trata de toda la comunidad y de asuntos que se llevan fuera. Y en este sentido, Ostula ha reforzado su organización y no hemos bajado la guardia, a pesar de todo. Tuve algunos retos, porque a veces decían, ‘¿cómo una mujer me va a mandar o me va a dar el orden, yo soy hombre, cómo voy a cumplir el mandato de una mujer?”

“Yo recuerdo que cuando veníamos a la asamblea con mi papá, él estaba joven y nosotras morrillas, y en la asamblea ninguna mujer hablaba, ninguna participaba, ahora esto ya ha cambiado un poco, hay más encargadas del orden, más mujeres en la mesa de la Comisaría, han participado mucho ya, pero todavía falta más”. 

En esta comunidad, como en el resto del país, la apertura de espacios que las mujeres van logrando no es sencilla y requiere de un cambio profundo en la mentalidad de los hombres y de toda la comunidad.

Sin embargo, a pesar de las reticencias que tuvieron algunos hombres habitantes de Palma Sola, o quienes dudaron de la capacidad de Socorro para desempeñar cargos al interior y al exterior de Ostula, ella fue abriendo la brecha para que otras mujeres también pudieran participar en los distintos cargos que tiene la organización comunal y, ahora, aunque no es del todo equitativo, y la mayoría de los cargos son ocupados por hombres todavía, cada vez hay más mujeres desempeñando trabajos organizativos.

En Ostula existe un antes y un después de la recuperación de las tierras que hoy se conocen como Xayakalan, el 29 de junio de 2009. Además de enfrentarse a los pequeños propietarios que vecinos que querían –quieren– adueñarse de las mil 250 hectáreas de este lugar, la comunidad se enfrentó al poder político-criminal, el cual ya era un amasijo orgánico encarnado en los políticos municipales del PRI y los Caballeros Templarios. Y aunque la comunidad no lo podía creer, la victoria contundente contra ellos significó el inicio de un proceso de defensa del territorio, que aunque no sin contar con una contraofensiva, es el proceso que les llevó a ser la comunidad fuerte que son ahora.

Por supuesto, Socorro estuvo ahí.

“Fui en los grupos de gente que recuperamos las tierras, escuchamos unos disparos y yo vi, detrás de un señor, cómo había una balacera, pero seguimos avanzando y a pesar de esto, la lluvia, los moscos, en medio la yerba, nos sentíamos impotentes porque llevábamos sólo un palo y un machete, esas eran nuestras armas, ni hondas ni resorteras”.

A pesar de lo convulso que llegó a ser Ostula, para Socorro esta comunidad es un lugar tranquilo y en donde se vive bien. Luego de dejar su cargo, en 2019 se fue trabajar un año a Tijuana y me dijo que allá todos los días habían muertos, hay mucho smog, mucho ruido, por eso decidió regresarse.

“Yo me he mantenido firme en mi comunidad porque veo que estamos bien, hasta ahora no ha habido extorsiones, ni levantones, ni muertos, ni nada de eso. Lo único que acaba de ocurrir, el 14 de abril pasado, aunque fuera de Ostula es que mataron a mi hermano, que fue jefe de Tenencia el año pasado, este 2022. Lo mataron en el Salitre de Estopila y fue a causa de las acciones que como parte de su cargo tuvo que tomar, hubo un problema con una persona de allá y esa persona no se calmó hasta que lo mató. Pero yo estaré aquí por mi gente, por la comunidad y si no hacemos nada ahorita las generaciones que vienen van a preguntar por qué no hicimos nada, la lucha sigue, la lucha no acaba”.

A Juan Medina le vaciaron un cargador de una escuadra automática en la cabeza, él estaba mandando mensajes en su celular y no se dio cuenta. Acompañó a su esposa, originaria del Salitre de Estopila, a vender comida en unos 15 años, y ella fue testigo de todo. El asesino estaba borracho y eso le impidió recargar el arma, sino tal vez los muertos serían más.

El asesino de Juan le tenía coraje porque meses antes, en diciembre, poco antes de dejar el cargo de jefe de Tenencia, había sido detenido al intentar trasegar unos costales de marihuana a través de Ostula, los cuales se le decomisaron para ser destruidos y él pasó unos días detenido en el cuarto que funciona como cárcel en la comunidad. Siguiendo el protocolo, fue Juan quien levantó la denuncia y le tomó la declaración, de ahí el absurdo coraje que le costó la vida.

Al contarnos de lo ocurrido con su hermano el rostro antes casi alegre, se endurece, sus ojos se humedecen y la voz se le corta. La herida es aún muy reciente y será para siempre profunda. Juan era una persona muy querida en la comunidad, igual que su hermana siempre de un lado a otro, hacía miel y la distribuía en distintas tiendas, desempeñaba su cargo y participaba en la Comisión de Comunicación, iba y venía en su moto, iba a las fiestas con su esposa y sus hijes, tal vez por esa vida transparente y dedicada es que Soco siente más rabia.

“En el caso de mi hermano, yo pido que lo pague el que lo debe, el que lo mató debe ser castigado conforme a la ley, no hay de otra, que esté preso o que el gobierno se encargue. Yo no me quiero manchar las manos ni que mi familia se las manche, exijo esto para que no vuelva a pasar, porque ya nos llegó el mensaje de que nos quiere matar también, a la familia de Juan y la mía”.

Nos despedimos poco antes del ocaso, a pesar de la rabia por lo ocurrido con su hermano, Socorro me dio un abrazo cálido y fuerte, me vio a los ojos y me recordó que, “mi hermano estaría muy contento de saber que seguimos aquí con la comunidad. Pronto va a haber una comisariada, como también va a haber una presidenta y a lo mejor una comandanta de la Guardia Comunal, así como la comandanta Ramona, siempre al frente de su gente”.

Paty, una mujer que resguarda la memoria de la resistencia

Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula

Tiene cuatro hijos, tres hombres y una mujer que hace no mucho cumplió la mayoría de edad. Toda la familia estaba reunida en una comida de celebración el día del Maestro del año 2012, en un restaurante que da frente a la desembocadura del río Ostula en el mar de la encargatura de la Ticla. Mayo es el mes más caliente en la comunidad y tradicionalmente, este día, las escuelas le festejan a sus maestros y maestras la labor formativa que realizan a pesar de todas las dificultades, incluso, la de atender a las infancias en un contexto de guerra como el que se vivía en aquel momento.

Aquella tarde, Paty vió como tres muchachos armados llegaron hasta su mesa y se llevaron a su esposo, el profesor Teódulo Santos, uno de los más respetados en todo Ostula y parte de una generación de luchadores que habían logrado cuestionar al monolítico PRI para construir alternativas organizativas desde las comunidades indígenas. Nahua de carácter bromista, el profesor siempre se llevó bien con todo mundo y aunque pasaba mucho tiempo fuera de casa, en reuniones y actividades de la militancia, fue muy querido por su familia.

Teódulo se levantó sin mucha reticencia y acompañó a los muchachos que posiblemente habían sido sus alumnos pocos años antes. Se subió a la pick up negra y nunca más volvió. Horas después se escucharon unos disparos en la salida sur de la Ticla, la familia temió ya estaba en alerta y empezó a buscarlo hasta que muy temprano, a la mañana siguiente, el cuerpo del profe se encontró sin vida y con disparos junto a la tumba de su madre.

Este es un episodio que a Paty le incomoda recordar, mientras la saludo, ahora, en 2023, me dice que el otro día comenzó a recordar algo de su esposo y trató de pensar en otra cosa hasta que lo consiguió. “Todavía me duele mucho recordarlo y como ya se acerca el aniversario de su muerte me pesa todavía más”.

Sin embargo, si tiene memoria fresca para traernos algunas escenas del momento en que Teódulo empezó, junto con otros comuneros a organizarse para la recuperación de las tierras, y ella lo acompañaba a algunos recorridos previos, para ir ubicando bien las condiciones del lugar y ver qué estaban construyendo los invasores vecinos.

“Un día fuimos a Xayakalan, antes le decían la Salia o la Canaguancera empezamos a ver el terreno y de repente llegó un supuesto dueño de la tierra y yo no andaba lejos de Teódulo, estaba platicando al lado de la camioneta con el Comisariado. Oigo el ruido de una camioneta que baja por la terracería, duro que va, y llega una persona bien furiosa y se baja, pregunta qué andábamos haciendo. ‘Andamos reconociendo nuestras tierras’ dijo Teódulo. ‘¿Con que tienes tierras aquí profe?’. ‘Entonces ya se enfadaron de comer cangrejos, de lo que comen ahí’. Baja otro señor por ahí y le dice: ‘¿Qué hay profe?’ ‘Pues aquí el vale dice que viene a ver lo de sus terrenos’. Se llamaba Rafael Verdía. ‘No muchacho, esta tierra es de nuestra comunidad, nosotros tenemos papeles’. ‘Si sacas los papeles, nos vamos a la mesa y ahí vemos quién es quién’. ‘Ta bueno muchacho, así le vamos a hacer, díganos dónde nos vemos para platicarlo, los papelitos son los que hablan’. ‘Ta bueno pues, ahí nos vamos a ver’. Pero antes de irse le dijeron a mi esposo: ‘Tu profe, no ocupas mucha tierra, nomás ocupas 1 metro y medio y 3 de profundidad’ le dijo el primero que se bajó. Se subió a la camioneta, derraparon sus llantas y se fueron. En otros pueblos lo conocían como Cuquillo, pero ya lo mataron también”.

La plática de Paty es también una especie de memorial de la historia de lucha por la defensa de las tierras, al fin de cuentas ella vivió en primera fila todos estos procesos: la organización de la comunidad, la recuperación de las tierras y luego la división interna que se generó cuando el poder político-criminal consiguió infiltrar las estructuras de Ostula, especialmente a la Guardia Comunal, justo después del nacimiento de Xayakalan en 2009.

Entre ese momento y el 8 de febrero de 2014, la comunidad fue atacada por los Caballeros Templarios, quienes además de infiltrar a su Guardia, desplegaron elementos armados en las calles y caminos, prohibieron las reuniones, cancelaron las fiestas familiares, las religiosas, los entierros, la Asamblea General y asesinaron a 36 comuneros por su participación en la afrenta de recuperar las tierrasSeis personas también fueron desaparecidas sin que hasta ahora exista una búsqueda o una investigación por parte del gobierno michoacano o el federal.

Quienes organizaron este periodo de terror tienen nombre y apellidos: Mario Álvarez, dos veces presidente municipal, José Cortés Ramos, presidente municipal entre 2008 y 2011, Juan Hernández, también presidente municipal entre 2011 y 2014, todos ellos del PRI y con un operador que se encargó de planificar los asesinatos y las desapariciones, Federico González, LicoLa mitad de ellos fueron asesinados y el resto está preso. 

“El problema empezó por las tierras, porque los dueños de la tierra no van a querer dejar lo que siembran. Teódulo me dijo, ‘va a morir mucha gente, para poder ganar esa tierra va a morir mucha gente, quiénes, quién sabe’. ‘Pero no se va a dejar uno, porque las tierras son de la comunidad’ decía”.

A pesar del costo humano que se preveía, Ostula no dejó de impulsar lo que sería la campaña de defensa del territorio más importante en la región en el último siglo.

Para Paty como para su comunidad, la injerencia de los partidos políticos ocasionó no sólo la división de Ostula sino la presencia de personas que usaron sus armas en contra de la generación de comuneros que decidieron arriesgarse para preservar un lugar en donde hoy se cultiva la tierra y los niños juegan en la naturaleza tan exuberante que existe, tenían claridad de lo importante que era preservar estas tierras para la reproducción de la vida campesina y no para que hubiesen hoteles o minas, carreteras o lanchas descargando drogas provenientes de Colombia.

“Todo por la política, todos queremos ganar, pero todos queremos la tranquilidad también. Perdías o ganabas y se volvía a la tranquilidad, o si te enojaste con aquel vecino, amigo, hermano, pasa y ya. Pero hubo un momento en que no, en que se metió el narco, como se le puede decir, el narco agarró a la comunidad, ‘soy del PRI y si no sé hace lo que digo se mueren’. Los de aquí que se dejaron llevar por la política se prestaron para hacernos daño a nosotros mismos, porque los que lo hicieron fue gente de aquí mismo. Fue gente de nuestra comunidad la que nos hizo daño a nosotros. Y ahora también ellos están muertos, después de que los mataron ya no me preocupé, pero cuando mataron a Teódulo vinieron y me dijeron: ‘si nos denuncias, así pasen 25 años lo vamos a saber’. Por eso es que no me gusta hablar mucho de esto”.

Paty se pone seria, me pide que paremos la conversación y que hablemos de otra cosa, su hija está por llegar y su nuera ya terminó de hacer la comida, ella que también es hija de una víctima, de un comunero desaparecido, Gerardo Vera Urcino.

Mientras me pide esto, se levanta y me pide que me cuide, que aunque ya las cosas están mejor, no está demás tener muchas precauciones y termina diciéndome que fue:

“cuando se metieron los comunitarios que ya no tuvimos miedo, que ya salíamos, nos divertíamos en los bailes, que se volvió a la normalidad que había antes. Ahora que hay tranquilidad mis hijos están bien, salen a los bailes, al fútbol, van y vienen. Yo le decía a mi esposo, ‘tu quieres acomodar el mundo a tu manera, pero nunca vas a poder’. Y esa es la realidad, aunque uno quisiera, pero no se puede”.

María Elena, una mujer que nunca baja la guardía

Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula

“Me llamo María Elena Sánchez Herrera, vivo aquí en Ostula, soy profesora de educación preescolar, llevo 30 años dando clases en la comunidad. Me siento bien porque me gusta y me siento muy contenta, muy bien. Me llevo muy bien con los niños. Cuando yo inicié a trabajar, comencé por el Salitre de Estopila, a la edad de 20 años, ahí estuve dos años, de ahí me cambiaron a Huizontla, duré tres años, y así nos cambian en nuestro trabajo, a veces duramos dos años, a veces tres, y en este llevo ya 12 años, aquí creo que me voy a jubilar. En la comunidad el magisterio tiene un papel muy importante. Hay personas que sí valoran el trabajo que hace uno y hay otras que no, es como todo, así son todos los trabajos”.

Siempre muy elegante en su personalidad, de mirada seria y analítica, una presencia que se nota cuando llega a algún lugar, una reunión o algún trabajo. Siempre acompañada de alguna de sus hijas o de sus nietos, que aunque cada vez más grandes y más adolescentes, no la dejan sola. Y no es para menos,su hijo es el comandante de la Guardia Comunal de Santa María Ostula y responsable de facto de la seguridad de todo el municipio.

Desde 2014, año en que algunas personas desplazadas se organizaron y pidieron refuerzos a los concejos de autodefensa de Tierra Caliente para combatir a los Templarios, Germán, su hijo, también decidió regresar a su casa, reencontrarse con su familia y participar de lleno en las tareas de seguridad. Fueron algunos episodios lo que lo llevaron a ser el comandante de toda la Guardia tan sólo un año y medio después de haberse integrado a ella.

“Mi hijo, yo veo que se va, cuando no lo veo yo pienso que está aquí, pero cuando veo que se está yendo a mi me duele mucho porque no sé si va a regresar o no. Y no porque es mi hijo digo que es así o así, a él lo conocen, mucho tiempo ha andado aquí y mi hijo no es una persona de las que fácil se pueden vender, él no”. 

Nunca ha aceptado una entrevista y esta es la primera vez que lo hace, lo que me hace sentirme agradecido y muy comprometido a transmitir lo que ella me confió, algo que no es sólo la preocupación por su hijo, sino el dolor de haber perdido a su esposo, Diego Ramírez, el primer coordinador del grupo que comenzó a planificar la recuperación de las tierras en 2008. También profesor, como su esposa y su hijo, él fue asesinado el 26 de julio de aquel año y su cuerpo fue encontrado en las playas de lo que hoy es Xayakalan.

La muerte del profe Diego fue no sólo una advertencia sino un martillazo a las intenciones pacíficas que tenía Ostula para retomar el control de las tierras que siempre fueron suyas, tal y como certifican los títulos virreinales emitidos a mediados del siglo XVIII. Con esta muerte comenzó la masacre selectiva y el permanente dolor de María Elena, el cual a veces se deja escapar a pesar de su sonrisa y de su ímpetu por participar en las tareas de Ostula, en el día a día de una comunidad que lucha por vivir y que lo ha logrado hasta ahora.

“Mi marido, si usted le pregunta a una persona y a otra de las que viven aquí en Ostula, ellos les podrán decir qué persona fue, también fue profesor, pero él de educación primaria, solamente lo que él hacía era defender las tierras y defender la comunidad y eso fue su muerte. Cómo él era una persona, como ahora es su hijo Germán, él les estorbaba y por eso hicieron con él lo que hicieron. En el 2009 ya nos fuimos allá a Xayakalan, duraron un año planificando para que la gente se animara a hacer lo que teníamos que hacer. Y desde el 2009, yo estoy luchando por la comunidad”.

Hay un silencio en la entrevista, sólo los gallos se escuchan lejanos. María Elena se acomoda en la silla, levanta su vaso de agua y toma un poco, se pasa un pañuelo por la frente, asienta con la cabeza y le pregunto por su esposo.

“Él salió de aquí el 25 de julio de 2008 y ya no regresó. Tras su muerte, sacamos a mi hijo por miedo a que también lo mataran. Cuando Germán se fue, él no quería irse, no quería salir de aquí porque decía que nunca había hecho nada, que al contrario le habían hecho y le rogué yo, le rogó su abuelito, se fue. Un tiempo lo queríamos mandar a Estados Unidos, hicimos lo que teníamos que hacer y duró 3 meses por allá, yo no sé por qué, pero no pasó. Allá estuvo mi mamá, se fue con él, no lo dejó solo ni un rato, y nos costó mucho trabajo convencerlo para que se fuera. De ahí se regresa, se acomoda a trabajar en Morelia. Nos veíamos cada 15 días y de ahí se presentó la oportunidad y se vino a la comunidad.

Gracias a Dios aquí está todavía. Yo nunca me fui, aquí me quedé. Aquí donde me ve, aquí he estado, nunca me fui a ningún lugar, aquí me quedé, él se fue, y gracias a Dios no nos pasó nada, aunque a esa gente nada les costaba hacernos un mal, para mi son como unos animales, porque a ellos no les duele hacerle algo, tanto a una mujer como a un hombre”.

Esquiva sutilmente los momentos en que se cuela el papel del profe Diego en su relato, se concentra fácilmente en el presente, en los riesgos de su hijo comandante y en lo que significó organizar la recuperación de tierras siendo viuda.

“Nosotros en la comunidad, en las asambleas generales, vamos hombres y mujeres, cuando viven sus maridos, las mujeres, si quieren ir van y si no, no, pero yo de que quedé sola, cuando empezaron a hacer reuniones y pues yo ya fui, y costó mucho y duró mucho tiempo para organizarnos, para ir a recuperar nuestras tierras, porque es muy difícil, no todos tenemos el valor, muchos tenemos miedo y aunque tengamos el valor, tenemos miedo, porque nos puede pasar algo”.

Pero como dice ella, desde el 2009 lucha por su comunidad y no hay lucha que no se sostenga desde lo más básico y fundamental que es el agua y el alimento:

“Al día siguiente de la llegada de la gente a las tierras, me alisté y me fui a meterme hasta adentro, y desde ese día duré un mes, me había comprometido con el Comisariado, para llevar agua. Estuve día con día llevando agua a la gente, ‘yo les traigo agua, llenaba la camioneta de galones, día con día’. 

Hay gente a la que le gusta la lucha, yo no me canso, si día y noche tengo que estar ahí, pues ahí estoy, y ya nos dicen, ahora nos vamos a organizar así, ‘vámonos’, ‘ah pues, vámonos’. Seguía y seguía yendo, porque no me gusta retirarme o alejarme de ahí porque ya no sé, porque con 1 día o 2 que no vaya, me pierdo las cosas y a mi me gusta que no me cuenten, me gusta verlo, escucharlo, no que me lo cuenten. Hoy entro a las  cinco y mañana salgo a las cinco, pero tenemos una reunión mañana y me voy a venir a las 10, y si Dios quiere, así es”.

Sin embargo, decide Elena hablarme un poco de la relación con su esposo. Mientras habla sus ojos se humedecen pero dentro de la tristeza también hay rabia, aprieta las manos, no se trata de un dolor apaciguado sino de una manera de encontrar la fuerza en el punto más oscuro en el que la puso la vida. Se pasa el pañuelo por los ojos, vuelve a tomar un poco de agua, respira hondo y continúa:

“El tiempo que viví con él, le digo a unas compañeras, viví muy feliz y muy a gusto, porque yo no resentí el cambio de la casa en mi comunidad de origen, a aquí, nos entendimos muy bien, lo que yo arreglaba y lo que platicaba, ‘fíjate que vino fulano o alguien, quiere que seamos padrinos y le dije que sí’, o sea, ni él me acostumbró a que sólo él iba a decidir las cosas, que él podía decidir por mi y yo por él. Nos entendimos muy bien, el tiempo que vivimos juntos, viví muy a gusto, nos entendimos muy bien. Como quiera, como todos los matrimonios, a veces teníamos nuestras diferencias, pero no era para mucho. Yo viví muy a gusto con él y no me arrepentí nunca, porque hay muchas parejas que se arrepienten. Yo no, el tiempo que viví con él, viví muy feliz, salíamos a donde quiera. Me quedé solita, pero me siento muy a gusto, el río, me gusta ir a los guamuchiles, hay muchas cosas donde uno puede salir, a cortar fruta, hay muchas cosas que podemos salir y por eso me gusta vivir aquí. Es bien tranquilo, si ustedes ven, miren, aunque cuando estaba muy feo, allí enfrente, en esas palmitas, ahí llegaron los señores, los que hicieron tanto mal y pues los tenía de frente”.

El presente es ahora otro. Han pasado ya 15 años desde que los Templarios y los políticos locales mataron al profe Diego, ahora su hijo es el que se encarga de mantener a toda su comunidad en la tranquilidad en la que viven las personas y es el momento en que Elena ya ha visto crecer a sus hijas y se encarga ya de sus nietos y nietas. No hay momento de reuniones grandes o de visitas o de las fiestas conmemorativas de la recuperación de tierras en que ella no esté, siempre llegando a apoyar a otras mujeres o a ver si es necesaria su participación en los trabajos del momento. Y aunque parece que todo va bien, que la guerra contra la violencia organizada quedó atrás, afuera, en las inmediaciones de Ostula, viejos enemigos regresan de nuevo a merodear.

Tan sólo, en este 2023, las hostilidades comenzaron cuando el 12 de enero, un comando del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) atacó un puesto de vigilancia que tiene la Guardia Comunal en las colindancias con los terrenos de la cabecera municipal (Aquila) y el municipio de Chinicuila, justo el punto trino en donde la empresa minera Ternium, establecida desde 2005, ha intentado expandir sus terrenos de explotación. Y todo parece indicar que el CJNG funciona como grupo de choque para que Ostula baje la defensa y la resistencia a estos intereses extractivistas.

Tan sólo tres días después, el abogado agrario Ricardo Lagunes y el maestro y comunero Antonio Díaz, dos personajes clave en la oposición de la cabecera municipal a la expansión de la mina, fueron desaparecidos al salir de una reunión en el auditorio comunal. Ellos impulsaban la lucha para que el Tribunal Agrario #38, con sede en Colima, convocara a la elección de autoridades agrarias legítimas y de esta manera destrabar la retención de cerca de 70 millones de pesos que le corresponden a Aquila para escuelas, hospitales e infraestructura y que la mina buscaba recuperar.

Testimonios de comuneros de este lugar y de los distintos cuerpos de seguridad comunitaria de la región indican que es el CJNG quien realizó estas desapariciones.

El 1 de abril, el firmante titular de la demanda de amparo 590/2018 por parte de la comunidad nahua de Huizontla en contra de los intentos de expansión de Ternium en sus tierras comunales, Eustacio Alcalá, fue asesinado por un grupo armado de al menos ocho personas. Habitantes de la comunidad y algunos otros testimonios señalan como responsables a una célula del CJNG encabezada por Leonardo Bravo Manjarrez, Gorra Prieta o Gorra Negra. Don Tacho, como le decían de cariño era familiar cercano de Elena.

Juan Medina, hermano de Socorro, fue asesinado el 14 de abril y la persona que lo mató ha sido vinculada también a este mismo grupo del CJNG y hasta el momento no se le ha detenido a pesar de las denuncias que ya se pusieron en contra de él.

Los tiempos son otros pero la reproducción de la violencia continúa buscando formas para lograr que el negocio capitalista continúe pese a todo.

“El trabajo de mi hijo es muy peligroso, a mí me duele mucho, saber en lo que él anda, porque es muy peligroso. A ellos cuando les van a querer hacer algo, pues, como dice él, no los van a esperar con un ramo de flores. Me da mucha tristeza pero a la vez me da gusto, porque él se preocupa por toda la gente, no nada más por su familia, él se preocupa por todos, pero muchas de las veces, la misma gente no agradece, no ven lo que están haciendo, no nomás él, todos sus compañeros andan arriesgando su vida por la gente que se queda a descansar, por la gente que se queda a dormir en su casa. 

Pero sucede que el gobierno se pone más al lado de los criminales que de nosotros, así lo veo. Yo lo que pediría también es que pague todo el mal que nos han hecho, nosotros con las denuncias que hemos puesto y las que vamos a seguir haciendo son para que todos los que tuvieron que ver en eso, paguen, paguen lo que tengan que pagar.  Si vamos a cruzar los brazos como en el 2009, porque en ese año entramos y, al mismo tiempo, aflojamos y por eso es que pasaron tantas cosas, tantas muertes”.

Se han encendido las alertas y tras los hechos de este 2023 nuevamente, la comunidad retoma el espíritu de lucha que les permite no bajar la guardia y no perder de vista lo realmente importante y que tienen a mano para seguir luchando. 

En palabras de Elena:

“En la lucha y en el peligro con el que andamos armas no traigo, pero mi arma, mi lucha que hago con todo mi corazón es las ganas de defender lo que tenemos. Eso es y mientras Dios nos deje vivir, ahí vamos a estar, para que nuestros nietos vivan bien. Esos niños son nuestras armas, tenemos que luchar para vivir mejor”.

Isabel, la lucha no se sostiene sin nosotras

Mujeres, sostenimiento y cuidados en la defensa de Santa María Ostula

María Isabel Nicolás Mata, Chabela. La primera vez que platiqué con Chabela fue en 2019 mientras se reforestaba una parte del territorio de Ostula, ella estaba en las brigadas que componían mujeres, hombres, niños y niñas, llevando arbolitos a las partes que antes habían sido deforestadas por los Caballeros Templarios entre 2009 y 2013. Sumidos en las carreras de limpiar el lugar en donde se iban a sembrar los pinos, parotas, cedros y otros árboles de la región, le alcancé a decir que me gustaría mucho platicar con ella y escuchar algo de su historia de vida.

Ese día llegó por fin ahora, esta tarde calurosa de mayo de 2023, sentades en la mesa de su local de comida.

“Cuando yo era niña había menos problemas que ahora, se divertía una en los cumpleaños, en las fiestas, las bodas, era todo muy divertido, pero eso cambió un tiempo. Todos mis hermanos se fueron a Estados Unidos, pero yo fui la primera en 1982. Una tía me preguntó si yo quería conocer aquel lugar y le dije que sí, mis mamá y mi papá me dieron permiso y nos fuimos. Cruzamos por el río Bravo, en las cámaras de llantas. Primero nos regresaron, nos detuvieron un día y luego lo volvimos a intentar y ahora sí lo hicimos. Llegamos hasta Los Ángeles”.

Tras un constante cambio de lugares finalmente llegó a Washington DC, lugar en donde había ya mucha gente de Ostula, incluido, su tío Trino, Trinidad de la Cruz, posiblemente la figura más emblemática de la recuperación de tierras en 2009 y quien fuera asesinado el 6 de octubre cuando se intentó restablecer la Asamblea General y no se logró. Desplazado un mes antes de Xayakalan, regresó acompañado de una caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, la cual también fue amenazada y fue testigo de las torturas cometidas contra él antes de darle muerte.

Chabela lo conoció siendo adolescente y él siendo migrante. Trabajaron en el corte de la manzana alrededor de unos tres años y fue Trino quien le enseñó a manejar. “Muy respetuoso y muy trabajador, muy platicador, muy risueño, salíamos a fiestas con él, a los parques, a la iglesia, pero él se regresó antes que nosotros, no sé la razón pero así fue”.

Tras una temporada larga de idas y vueltas a Estados Unidos, Chabela regresó a Ostula en 2007 y fue a partir de entonces que se dio cuenta de que en la comunidad algo estaba pasando: secuestros, desapariciones, violencia.

“Yo tenía mi tienda de abarrotes en el crucero de Ostula, llegaban esas personas a agarrar personas cuatro veces al día. Una vez llenaron el carro de cerveza, luego regresaron y uno de ellos venía con un cuerno en la mano y otro venía hacia a mí, yo le pregunto, ‘¿qué quieres?’, me responde, ‘somos los sicarios y nomás vengo por esto’, y me quitaron una cadena que tenía con mi nombre. Eso fue en 2008. Ellos no pagaban nada, se llevaban como 4 mil pesos de cerveza, refrescos, cigarros, lo que querían y nada más me daban 50 pesos y me decían, ‘al rato regresamos y te traigo lo demás’. Y sí regresaban, pero volvían a hacer lo mismo. Mira, esta bolita que tengo en la frente me la hicieron esto, venían cuatro veces al día y me ponían el cuerno aquí y presionaban mientras los demás se llevaban lo que querían, yo no me tenía que mover”.

El ambiente en la comunidad se fue haciendo insoportable a tal grado que ya nadie podía salir o estar tranquilo incluso en sus propias casas o negocios. Chabela desde su tienda no sólo vivió lo que a ella le pasó sino que testimonió lo que hacían a los comuneros, como en 2012, justo el día en que mataron al profesor Teódulo Santos, mientras Paty y su familia lo buscaban.

“Teódulo estaba comiendo con su familia y las personas que se lo llevaron, luego de matarlo fueron conmigo a agarrar cerveza. Ese día, una tía que soba y cura vino a sobarme a mí y a mi hijo, el que vive conmigo, porque de tanto miedo le habían dado crisis y hasta se había salido corriendo una noche, entonces mi tía vino y mientras estaba sobando vi que venía una camioneta así que le dije, ‘tía, viene esa camioneta, usted no pare ni diga nada, nomás siga sobando al niño’. Venían de matar al profe, agarraron cerveza y todo y se fueron a Cobanera al final de una fiesta. No tardaron ni tres minutos de que se fueron y pasó la Marina, dos carros de ellos, rápido pasaron, volaban, los alcanzaron y se los llevaron al río y ahí los mataron. Vino un niño y me dijo, ‘señora ya mataron a los señores que saben robar’.

Vinieron los marinos afuera de mi tienda, estuvieron llamando a una funeraria y luego me pusieron los tres cuerpos ahí mismo, como una hora. Al día siguiente, temprano, fuimos al velorio del profe Teódulo, pero como teníamos que pasar antes por el lugar donde vivían los asesinos también les llevamos una veladora. Llegamos y no había ninguna persona que los estuviera velando, nomás había un perro y unos pollos, me acerqué y les dije que los perdonaba por las cervezas que me habían robado. Cuando llegamos a la Ticla, en el velorio del profesor sí había muchísima gente”.

A pesar de que Chabela fue testigo de muchos abusos por parte de los Templarios en contra de habitantes de la comunidad, ella no presenció el momento en que este grupo criminal decidió secuestrar a su tío Trino, el mismo que le había enseñado a manejar en el lejano Washington, sólo se enteró de las torturas que le aplicaron y ya sólo fue a despedirse en el velorio. Para ella, la muerte de su tío es parte de la larga lista de familiares fallecidos en hechos violentos, una de las razones que la llevan a querer regresar a Estados Unidos en algún momento, aunque a pesar de eso, reconoce que, “hay que seguir luchando por nuestras tierras, a pesar de lo peligroso que pueda ser eso”.

“Yo participé, en aquel momento de la recuperación de las tierras haciendo lonches para que mi marido pudiera estar ahí en el frente aguantando. Lo que hacemos en la comunidad es que preparamos los lonches temprano, luego los llevamos a una casa en donde se juntan todos, cada uno va en una bolsa marcada y a las 8 pasa un carro que recoge toda la comida, la lleva a donde esté ocurriendo la acción y ahí se reparte. Las esposas, las hermanas, las madres hacemos estos lonches. Los bloqueos o las protestas no se sostienen si no estamos nosotras para cuidar la alimentación”.

Y tiene razón, la historia de resistencia de Santa María de Ostula sería muy diferente sin la labor que ella, Socorro, Paty, Elena y decenas de mujeres más realizan no sólo para mantener y arropar a quienes luchan, sino también para ser ellas mismas protagonistas de la defensa de su territorio, pues no hay resistencia sin cuidados, y no hay cuidados sin la presencia de mujeres, aunque quienes escribamos de la lucha en Santa María de Ostula, pocas veces hablemos de ello. 

Este reportaje forma parte de la investigación: “Sin nosotras, no hay lucha”: Resistencias de mujeres defensoras en la región Centro-Occidente de México” que fue auspiciado por MEEDAN  para América Latina y el Caribe en el marco del Fondo de Respuesta de Medios Independientes de Check Global.

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Resistencias de mujeres defensoras en la región Centro-Occidente de México

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