
Por Max González Reyes
El pasado domingo 13 de abril en los medios de comunicación se divulgó la noticia del fallecimiento del novelista y premio nobel de literatura en el año 2010, Mario Vargas Llosa, lo que significó una gran pérdida en el mundo de la cultura. El escritor peruano se convirtió en un referente de las letras latinoamericanas en la segunda mitad del Siglo XX. Fue quizá el último vivo de la generación del llamado Boom Latinoamericano que sorprendió al mundo con sus libros con escritores como el argentino Julio Cortázar, el colombiano Gabriel García Márquez, los mexicanos Carlos Fuentes y Octavio Paz.
Mario Vargas Llosa es el autor de varios libros que hoy se podrían considerar clásicos. Desde La Ciudad y los Perros, la obra que le dio fama más allá del Perú, Conversación en la Catedral, La Tía Julia y el Escribidor, obra autobiográfica; La Guerra del Fin del Mundo, sobre una revuelta religiosa en Brasil; La Fiesta del Chivo, extraordinaria obra que detalla con una enorme precisión todo el proceso que terminó en el asesinato del dictador dominicano Leónidas Trujillo; Travesuras de la Niña Mala, Cinco Esquinas, El Llamado de la Tribu, entre otros de sus títulos.
Más allá de su obra novelística, la postura política de Vargas Llosa estuvo llena de críticas y debates. De entre ellas, destaca una que tiene que ver con México. En 1990, el poeta Octavio Paz había organizado el Encuentro Vuelta, El Siglo XX: La Experiencia de la Libertad. A dicho evento se invitó a destacados intelectuales a nivel internacional, entre ellos a Mario Vargas Llosa, para que participara en la mesa “Del comunismo a la sociedad abierta”, realizada el 30 de agosto de ese año. En una parte del debate se le dio la palabra al escritor peruano. En su uso de la palabra expresó una de las frases que quedó guardada para la historia: “México es la dictadura perfecta”, ello ante la mirada incómoda de Octavio Paz y de buena parte de la audiencia en el foro.
La expresión de Vargas Llosa era la síntesis de lo que había sido el sistema político mexicano que privó hasta finales del Siglo XX. Un sistema donde, si bien no entraba dentro del rango de las dictaduras tradicionales como las que hubo en países latinoamericanos, la singularidad mexicana radicaba en que un partido político era el dominante, a tal grado que abarcaba todo el quehacer político, social y cultural. En opinión de Vargas Llosa, las dictaduras tradicionales eran dominadas por un solo hombre, que al morir éste terminaba su régimen, pero lo distintivo de la mexicana radicaba en que se renovaba cada seis años y tenía la capacidad de cooptar a diputados, senadores, gobernadores -todos emanados del partido gobernante-, intelectuales, académicos, activistas, sindicatos, obreros, líderes de opinión, partidos de oposición, etc. Además, al no ser solo un hombre sino un partido político el que dominaba, tenía la capacidad de renovarse generacionalmente. En eso radicaba la “dictadura perfecta” que decía el escritor peruano.
Las declaraciones de Vargas Llosa se daban en un contexto donde recién había pasado la emblemática elección de 1988 con la famosa “caída del sistema”. Previamente, se había presentado una ruptura histórica al interior del partido gobernante, el PRI, que derivó en la Corriente Democrática, la expulsión de los integrantes de ese movimiento y la formación del Frente Democrático Nacional, que puso en crisis a todo el sistema político mexicano, incluido el electoral y económico.
Pese a ello, el PRI logró obtener la presidencia de la República, aunque, por primera vez, tuvo que reconocer su derrota en una elección de gobernador en Baja California. Con la oposición, el gobierno de Carlos Salinas se presentaba con mano firme y sin contemplaciones, pero con el PAN estaba negociando su proyecto que terminaría en la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (TLCAN), antecesor del hoy T-MEC.
Como lo mencionó el mismo Vargas Llosa en ese foro, sus declaraciones buscaban poner a prueba esa “apertura” que aparentemente daba el régimen a la pluralidad.
Cabe mencionar que al salir de aquel foro, al escritor le “invitaron” a que abandonara el país. El autor se lo tomó muy a pecho a tal grado que tardó 10 años en regresar a presentar alguna obra en suelo mexicano.
Pareciera que hoy se ve muy lejos la opinión del Nobel de Literatura; sin embargo, el peligro de dominación siempre está presente. Las reformas que posterior aquel año de 1990 se presentaron en el país, permitieron una pluralidad en el Congreso en 1997; que aquel partido hegemónico perdiera la presidencia en el año 2000, y con el paso de los años fuera perdiendo gubernaturas y dejara de ser el partido avasallador y dominante. Si bien, las reformas se habían dado de manera paulatina, avanzaban a favor de la pluralidad y la participación de todos.
Sin embargo, a partir del año 2018 pareciera que México se detuvo y de pronto hay la sensación de regresar a aquel tiempo del partido hegemónico. Las reformas que en años recientes se han presentado buscan concentrar en el ejecutivo las decisiones trascendentales sin rango de autonomía; a la par, apuntalan a controlar el legislativo a través de una coalición ficticia y, a través de la reforma al Poder Judicial, intervenir en ese poder.
El intento de dominación se mueve en el aire. Estamos en esa encrucijada: volver atrás, a la “dictadura perfecta” o encaminarnos al pluralismo, la inclusión y la diversidad. Ojalá miremos al futuro.