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Entre máscaras, filas y revendedores: el drama para entrar a la Arena Puebla

Cronica anunciada de la reventa de boletos en Puebla

Por Cristian Jiménez Machorro/ @CuentistaDePue

La canción “Los luchadores”, interpretada por La Sonora Santanera, describe un clásico enfrentamiento de Lucha Libre entre leyendas como El Santo y Blue Demon. Hoy, décadas después, aquellos íconos siguen presentes en el imaginario colectivo mexicano. En ciudades de todo el país se levantan arenas dedicadas a este deporte-espectáculo, y en Puebla, hablar de lucha libre es hablar de la Arena Puebla, un edificio emblemático fundado en 1953, en pleno auge del llamado “deporte de los costalazos”.

Actualmente, la llamada “Catedral poblana de la lucha libre” está decorada con murales creados por artistas locales que rinden homenaje a figuras como El Místico, Templario y Salvador Lutteroth, considerado el padre de la lucha libre en México. Es allí donde cada lunes se forma una fila que inicia desde temprano, con decenas de personas que buscan conseguir una entrada para terminar el día con emociones fuertes.

Cartelera de la Arena Puebla. día 14 de Julio 2025

Las taquillas abren a las 11:00 de la mañana y se mantienen activas hasta el inicio del espectáculo, o hasta que los boletos se agotan. Lo segundo ocurre casi siempre. Y fue el pasado 14 de julio que decidí acudir al recinto, no solo como aficionado, sino para indagar en una problemática constante en muchos eventos deportivos y culturales en México: la reventa.

Ese lunes, desde antes del mediodía, una larga fila ya rodeaba la Arena Puebla. Bajo el sol ardiente, la gente esperaba pacientemente frente al mural adornado por la icónica máscara blanca y dorada. Para muchos, como Don Renato, la cita tenía un sabor especial: “Ya era hora de que el Consejo Mundial de Lucha Libre organizara un espectáculo memorable en Puebla”, comentó con nostalgia. Tenía 72 años, vestía con discreción y buscaba siete boletos para sorprender a su familia que lo visitaba desde otro estado.

A su lado estaba José, un joven delgado, enrojecido por el calor. Había pedido permiso en el trabajo para, según sus propias palabras, “darse el lujito” de acudir con su familia a la celebración del aniversario número 72 de la Arena Puebla, inaugurada un 18 de julio de 1953.

El ambiente se llenaba de aromas: milanesas, papas recién fritas, máscaras colgando en los puestos ambulantes y el inconfundible bullicio previo al espectáculo. Sin embargo, dos horas después, la fila apenas había avanzado. Al frente, solo veinte personas habían logrado acercarse a la ventanilla.

José rompió el silencio con lo que todos empezaban a sospechar: “Ya empezaron con sus chingaderas los revendedores”. Don Renato asintió, resignado: “Por eso ya ni me daban ganas de venir. Siempre acaban exprimiendo más al trabajador”.

Me acerqué discretamente a la taquilla. Allí, un joven con collar de plata, gorra plana y camiseta azul recibía un fajo de boletos. Según José, eran al menos veinte. Detrás de él, un hombre con lentes oscuros —que no estaba formado— le pasaba dinero y, minutos después, también salía con más boletos en mano. El joven ya los ofrecía al doble del precio de taquilla.

—“¡Llévele, carnal! ¡Palco a 300 y general en 400!”— gritaba con desparpajo.

Los boletos también se pueden adquirir por internet a través de Ticketmaster, plataforma que ha sido duramente criticada por su monopolio, las comisiones abusivas y el acaparamiento de entradas. En el caso de la Arena Puebla, los precios anunciados en carteles ($150 pesos) se incrementan automáticamente en $33 pesos por “tarifas de servicio”. Para Don Renato, esto significó un aumento de $231 pesos en total, casi el equivalente a dos boletos más.

Mientras tanto, en la calle, un niño le rogaba a su abuela que consiguiera boletos para ver al “enmascarado de plata y oro”. La abuela, Doña Rocío Pérez, intentaba avanzar con desesperación en la fila, hasta que la pequeña ventana de la taquilla se cerró de golpe. El trabajador, con camiseta negra del Consejo Mundial de Lucha Libre, lo hizo sin explicación, dejando fuera a decenas de personas que llevaban horas bajo el sol.

Don Renato logró conseguir sus entradas, pero la mayoría no corrió con la misma suerte. La señora Rocío no alcanzó boletos y denunció lo que muchos ya sabían:

—“Siempre ha existido el problema de la reventa. Muchas veces nos dicen que ya no hay boletos para que se los compremos a ellos. Los taquilleros están coludidos, porque dejan que los revendedores se metan”.

Me acerqué al taquillero, un hombre mayor con gafas gruesas que apenas dejaban ver su rostro. Me presenté como periodista y le pregunté su nombre, así como su opinión ante las acusaciones de colusión. Su respuesta fue evasiva: “Pues yo solo estoy vendiendo boletos”, dijo mientras entregaba más fajos de entradas a los mismos revendedores.

Esta noche, una voz volverá a retumbar en la Arena Puebla con su clásico llamado:

—“¡Respetaaaable público! ¡Lucharáaaan a dos de tres caídas sin límite de tiempo!”

Pero afuera, el público no se siente respetado. La prioridad en taquillas sigue siendo para los revendedores, y se priva a familias trabajadoras de vivir una noche de emoción y tradición. Niños como el nieto de Doña Rocío se quedan sin ver a sus ídolos. Y mientras tanto, la canción de La Sonora Santanera parece seguir vigente: “En el ring estaban los cuatro rudos… y no los de la afición”.

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