¿Qué significa ser indígena en México?

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Texto y fotografías por Sofía Margarita López Navarro / @ZonaDocs

Empieza enero y con este mes las celebraciones de Tuxpan, Jalisco“el pueblo de la fiesta eterna”. Así le dicen sus habitantes y toda aquella persona en la región que ha asistido a sus festejos, que se distinguen por mezclar los rituales indígenas y las celebraciones religiosas.

Este municipio al sur del estado es uno de los tres principales con mayor población indígena, de acuerdo con el censo poblacional del 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el 63% de la población tuxpanense, de tres años y más. se considera indígena. Aunque solo el 1.4% de la población habla alguna lengua indígena.

Tuxpan se caracteriza por sus danzas, que según amerite la fecha le bailan como símbolo de fe a las imágenes religiosas del municipio.

El año nuevo se recibe en Tuxpan con la danza de los paixtles recorriendo las calles con música de violín y dejando el heno con el que cubren su cuerpo para bailar como celebración del nacimiento del niño Dios. Después llega el 20 de enero y la ciudad se transforma para celebrar a San Sebastián con las danzas de chayacates y sonajeros, que por la cantidad de visitantes a la ciudad para estas fechas, son las danzas más conocidas. Sus nombres describen cómo se ven quienes participan bailando: del náhuatl: xayacatl que evoca al hombre enmascarado; y ¨sonajero¨ por la sonaja con la que bailan y armonizan sus pasos al sonar de sus huaraches.

Tuxpan aunque es una ciudad en crecimiento, con más de 37 mil habitantes, calles pavimentadas, instalaciones educativas desde preescolar hasta bachillerato y oportunidades laborales diversas, conserva la esencia de un pueblo. Es decir, hay lazos de familiaridad entre quienes habitan sus alrededores, mientras que, el  ajetreo citadino todavía no consume la vida cotidiana de las personas.

Son días de fiesta el 20 y 27 de enero, también el 2 de febrero, así que es normal observar escuelas con asistencia disminuída y calles tranquilas antes del mediodía. Entre el poco movimiento de la ciudad, comienzan a aparecer hombres vestidos con manta, mujeres que usan camisas de deshilado y faldas negras de tela de sabanilla, -algunos y algunas llevando sobre sus hombros máscaras con cuernos-, que anuncian el comienzo de los festejos.

Llegada la tarde las calles del pueblo se cierran con altares dedicados a la imagen religiosa de San Sebastián. En el atrio de la parroquia de San Juan Bautista, que está en el centro de la ciudad, cientos de personas se reúnen para ver a quienes danzan.

Una mezcla de sonajas, pisadas de huaraches y gritos de bulla, anuncian que la fiesta inicia. Danzantes y asistentes se encomiendan a San Sebastián, beben ponche o cerveza y de las casas encargadas del día salen platos de comida con cuaxala o mole dulce, tradicionales en el pueblo.

En los últimos cinco años, el municipio se ha pintado con colores, las paredes de las principales calles se cubren con retratos de personas ilustres y símbolos de su identidad cultural e indígena. En los murales se observan las danzas y las mujeres de sabanilla, símbolo de orgullo tuxpanense que sobresale en estos días de fiesta, donde las personas del municipio invitamos a más personas a conocer nuestras tradiciones. Un sinfín de vídeos y fotografías demuestran un orgullo acumulado, aunque como el traje que se usa, terminando el día, también se disipa esa afinidad.

Si le preguntáramos un día de fiesta a algún tuxpanense si se considera indígena, lo pensaría un poco, pero quizá, entonado por el folclor de la cultura viva, diría que sí; lo dudaría si le preguntamos cualquier otro día. Integrados por su cultura, la identidad indígena con la que se manifiestan, habla de una evolución ante el desarrollo y modernización del municipio, una expresión indígena desde lo habitual.

Mujer, ¿indígena?

¿Puede alguien determinar quién puede o no ser indígena? La respuesta sencilla es no. La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece, en su artículo segundo, que cualquier persona puede considerarse parte de un pueblo o comunidad indígena bajo su propio criterio. Se trata de una cuestión de autoadscripción, es decir, cómo individualmente determinamos nuestra identidad cultural.

Celina Vázquez Martínez es una mujer tuxpanense a la que su interés por los temas indígenas la llevó a su actual trabajo como administradora de la Universidad Intercultural de Jalisco, en el Bajío del Tule, municipio de Bolaños. De su niñez recuerda haber visto a sus abuelos con la indumentaria que hoy se usa para las fiestas y a las señoras vestidas de sabanilla que vendían tortillas hechas a mano afuera del mercado municipal. También recuerda los molinos que había en el pueblo y que eran parte de su cotidianidad. “Cuando creces viendo estas manifestaciones, tú no te das cuenta de que eres parte de un mundo, por decirlo así, en este caso, de un pueblo nahua”, profundiza Celina.

Una de sus tías la acercó a la Unión de Comunidades Indígenas Nahuas de Tuxpan, un grupo que ha representado al municipio por más de 30 años. Así, Celina emprendió un camino de reflexión. Llamó su atención cómo se organizaban para representar al municipio en sus tradiciones e identidad nahua.

Su convivencia con otras juventudes indígenas de diferentes territorios, la llevó a entender que era parte de un pueblo indígena:

 “Es cuando, en mi caso, empiezo a valorar que al igual que ellos, yo también tengo una riqueza cultural y que hay muchas cosas que en el pasar de la historia se iban dejando de utilizar o se iban dejando de lado y también empecé a notar que en cierta forma había discriminación dentro del mismo pueblo”, recuerda Celina.

Las reflexiones de Celina la llevaron a identificar la división que existe en el municipio entre quienes se reconocen y nombran como indígenas y quienes no. “Yo recuerdo en las fiestas de San Sebastián que nos gritaban, ‘ahí vienen los indios cuachaleros’, al menos a mí no es algo que me haya afectado mucho, pero sí me ayudó a analizar esa parte de que entonces perteneces a una comunidad con ciertas características, con ciertas costumbres, que aun siendo parte o estando en un mismo territorio con otras personas, no compartes.”, explica Celina.

Francisco del Viento, investigador de patrimonio inmaterial de Tuxpan, precisa que el término identidad puede ser útil para dos cosas: “reconocernos nosotros mismos y para sabernos diferenciar”. Durante los años 40 y 50, en Tuxpan, la mayor parte de la población vestían sus trajes tradicionales cotidianamente y nadie se preguntaba si se reconocía como una persona indígena o no. Sin embargo, “ahora las personas se autodenominan indígenas porque su vida diaria transcurre en lo que estudie, lo que trabaje, a lo que se dedica, entonces lo vemos indígena el día de la fiesta”, advierte del Viento.

En la modernidad el discurso sobre el desarrollo y el crecimiento incitaban a la población a dejar atrás la ruralidad y estas expresiones identitarias. Pero ser una persona indígena se resguarda en los rituales y en las tradiciones. En Tuxpan, por ejemplo, el arraigo de éstas costumbres se ha transformado hasta mezclarse con los ritos religiosos. 

Celina lo comprueba a través del acercamiento con las personas encargadas de las danzas y las imágenes religiosas que representan las festividades de la ciudad, “nosotros veíamos que toda la cuestión indígena se había ido más por la parte religiosa y en muchas de esas fiestas nosotros veíamos las manifestaciones indígenas que siguen ahí, no se perdieron del todo”.

Las expresiones más visibles son las danzas, la comida, las artesanías y la vestimenta, pero son los rituales como ofrecer y tomar ponche en la fiesta, compartir y recibir un plato de comida o curarse con plantas antes que con medicina alopática lo que nos hace ser indígenas. Una nueva forma de serlo.

“Por eso yo soy indígena, no es porque me visto, me disfrazo, sino porque todo lo que hago tiene un sentido, más allá de salir en una fotografía y decir, ‘soy indígena’”, manifiesta Celina.

¿Quién define el ser indígena?

Tuxpan es un pueblo con cultura viva, no cultura como literatura o poesía, sino cultura de fiestas, danzas, organización y celebraciones que se hacen tradicionalmente como se han hecho a lo largo del tiempo, aun así, en el territorio tuxpanense solo el 63% de la población se considera indígena, de acuerdo con el censo poblacional del 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

El municipio es un territorio registrado como pueblo indígena nahua en el padrón de comunidades indígenas de la Comisión Estatal Indígena (CEI) y recientemente agregado, con sus delegaciones, al Catálogo Nacional de Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI).

Estos nombramientos responden a los derechos indígenas en México y en Jalisco, que dieron paso a la creación de la Comisión Estatal Indígena (CEI) como un “organismo público descentralizado de la Administración Pública Estatal” para encargarse de diversos temas, entre ellos, el registro a este padrón.

México cuenta con una amplia diversidad cultural y territorios indígenas. Su séptimo estado con más extensión territorial es Jalisco y sus comunidades indígenas más conocidas son: en la parte norte del estado, la cultura wixárika y en la parte sur, la comunidad nahua.

Territorios como Tuxpan, que por años han sido reconocidos por sus tradiciones, gastronomía e indumentaria, fueron incluidos en este padrón estatal al momento de su creación. Pero comunidades como Mezcala, en la Ribera del Lago de Chapala, no fueron consideradas.

En una entrevista para el medio de Mongabay Latam, Rocío Moreno, quien es historiadora y defensora de su territorio Mezcala, expresa los cuestionamientos que se alimentaron después de no ser incluidos en estos nombramientos. Moreno explica que Mezcala es un pueblo de cultura coca y que el “comité creador tuvo falta de sensibilidad porque el padrón no solo dejó fuera a Mezcala sino alrededor de 25 comunidades” argumentando que no fueron incluidos por “ignorancia” ya que la CEI “acudieron a la cabecera municipal de Poncitlán y ahí preguntaron si existían pueblos indígenas en ese municipio y la respuesta fue que no.”

Después de esta apresurada encuesta que respondía a la  creación de la ley estatal indígena en Jalisco en 2008, Mezcala presionó para incluir más comunidades al padrón, “no es solamente porque ahora hay voluntad de parte del Estado, sino que esto se da gracias a la presión que se ha generado en los últimos diez años” remarca, Rocío.

En 2024, Mezcala junto con Santa Ana Tepatitlán de Zapopan y San Juan de la Laguna de Lagos de Moreno, fueron incorporados al Padrón de comunidades y localidades indígenas del estado de Jalisco que se publicó en 2024 en el Periodico Oficial del Estado, como lo marca el Reglamento de la Ley Sobre los Derechos y el Desarrollo de los Pueblos y la Comunidades Indígenas, el cual faculta a la CEI para elaborar y actualizar el padrón de comunidades indígenas cada dos años, con el apoyo técnico de la Comisión.

El documento del padrón de comunidades indígenas especifica que para la incorporación de las tres localidades como pueblos originarios “se cumplio con tres etapas: convocatoria, grupos de trabajo y dictaminación” señaladas en el Reglamento de la Ley de Pueblos Indígenas de Jalisco. Aunque el documento de la convocatoria no se encuentra en el periodico oficial, una nota del medio NTR publicada en diciembre de 2020 señala que los interesados a participar en la convocatoria debieron “incluir nombre del promovente, domicilio para notificaciones, ubicación geográfica, población estimada y exposición de motivos.”  de igual manera que la CEI solicitó recibir la documentación de manera física tanto como original y copia en sus oficinas ubicadas en Guadalajara, la capital del estado.

Así como Mezcala, la incorporación de las demás comunidades fue el resultado de una insistencia de años por parte de sus habitantes, como es el caso de Santa Ana Tepatitlán que en 2024 exigio retomar los trabajos para su declaratoria oficial como pueblo indígena, otra nota del medio NTR describe los intentos rechazados para la incorporación de la localidad al padrón, “el primer intento ocurrió en 2006 cuando buscaron generar la declaratoria a través de la entonces Procuraduría de Asuntos Indígenas, instancia que nunca dio seguimiento. El segundo, en 2017 ante la Comisión Estatal Indígena, pero se alegó en esa ocasión, falta de presupuesto”, el último se realizó en 2021 donde la población seguía viendo estancado el proceso.

Estos registros y nombramientos que reconocen a las comunidades con la intención de crear una comunicación que facilite diversas propuestas de apoyo gubernamental, también influyen en las formas de organización de las comunidades. Así lo señala Perla Pedroza Vélez, integrante del Observatorio de la Paridad y Violencia Política en Morelos en el programa de Voces del territorio:

“cuando hacen la presentación de la convocatoria, salen explicando los antropólogos que hicieron esta propuesta, que es demasiado complicado para el poder ejecutivo ir territorio por territorio e investigar cómo funcionan las comunidades, y que entonces lanzan la convocatoria para que cada comunidad se acerque a las delegaciones del INPI para que hagan su registro.” 

Esto evidencia la falta de acercamiento para entender la cultura, la organización e, incluso, las necesidades de las personas y territorios que se reconocen como indígenas.

En el caso del registro al Catálogo Nacional de Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas del INPI, se publica la convocatoria en la cual se describe el reconocimiento de comunidades indígenas en base a el Convenio Número 169 de la Organización Internacional del Trabajo sobre Pueblos Indígenas y Tribales y la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, resaltando la conciencia de la identidad indigena de la comunidad y que “conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas”. Para verificación de esto, las y los interesados deben presentar una larga lista dividida en siete apartados de información básica.

Esta lista considera: datos generales de la persona que registra el proceso, también en lengua indígena y el autorreconocimiento de la comunidad; territorio, como los sitios sagrados, los recursos naturales y su aprovechamiento; cultura e identidad, “su historia y sus principales manifestaciones culturales como la religión indígena; la lengua o las lenguas que se hablan y dónde se hablan. Las principales fiestas, celebraciones, rituales, vestimentas, música, danza, comida, y las formas de trasmisión de los conocimientos”; político, las instancias de decisión colectiva y su estructura; jurídico, considerando reglamentos internos y justicia comunitaria; social, los datos generales de la población a través del “número de familias, dinámica migratoria, atención de la salud comunitaria por los médicos tradicionales, existencia de formación educativa de carácter comunitario”; y por último la economía, las “principales características productivas de la población a través de las formas de organización del trabajo y las actividades económicas” así como los oficios de la población y los productos tradicionales.

Para el registro al catálogo, la convocatoria aclara que “las comunidades que así lo decidan, solicitarán su registro por conducto de sus autoridades o representantes designados por sus Asambleas generales o instituciones de elección o designación” pudiendo ser “autoridades municipales indígenas; autoridades comunitarias que, dependiendo de la entidad federativa de que se trate, pueden ser: delegados, agentes, comisarios, jefes de tenencia” así como autoridades indígenas agrarias comunales o ejidales.

Esto refiere a que el nombramiento lo puede registrar una persona elegida por la comunidad a través de su política interna comunitaria. Esta persona electa tiene que llevar la documentación de la solicitud y registro a los módulos itinerantes y fijos, que en el caso de Jalisco en base a la convocatoria del 2022 fueron tres ubicados en Cuautitlán de García Barragán, en el Palacio Federal en Guadalajara y otro en Mezquitic.

Las comunidades que se registran tienen se enfrentan a requisitos que alimentan la idea de que las poblaciones indígenas viven en comunidades pequeñas que se pueden reunir todos en un lugar con facilidad, son de piel morena, usan huaraches y ropa artesanal, además del uso de su lengua. Y aunque hay comunidades que aún lo conservan, no todas se adecuan a estas largas listas de las convocatorias.

“se está obligando a todas las comunidades indígenas a que se adecúen a estos requisitos porque realmente no se están haciendo los estudios antropológicos, para mí esto empieza a ser ya una violación a los derechos de los pueblos originarios, porque entonces tú les estás diciendo cómo deben de organizarse.” cuestiona Perla Pedroza.

¿Quién elige qué personas representan a la comunidad indígena y cómo la eligen? para Pedroza, “lo único que está haciendo es privilegiar a ciertos grupos políticos y sociales en cada comunidad”, quienes en su opinión, se están “llevando el poder”, al tiempo que “se excluye una vez más a los ciudadanos que no pertenecen a ningún partido, a ciudadanos que solamente quieren ejercer sus derechos políticos.”.

En el caso de Tuxpan, el municipio cuenta con diversos grupos autodenominados indígenas que han figurado en la población, pero la mayoría de sus habitantes desconocen cómo llegaron esos cargos asignados.

Los clanes de Tuxpan

María Teresa Vázquez Marquez es una mujer de edad avanzada, originaria de Tuxpan y testiga del desarrollo que ha llegado al municipio y lo ha transformado. Doña Tere, como le gusta que le digan, expresa el cocinar y el tejer como algo que siempre ha hecho y que se convirtió en una forma de generar ingresos económicos.

Con la ayuda de una de sus hijas recorren el pueblo para vender sus artesanías. En una bolsa mediana guarda las servilletas para las tortillas, los mandiles, las mantas para bebé, las camisas y largos manteles que ha hecho deshilando los hilos de la tela y tejiendo los mismos para crear patrones de figuras.

Hay una prenda que vende mucho: la camisa y el joloton (parecido a un reboso o manto de tela lisa y blanca adornada con deshilado) de la indumentaria tradicional, que usan las mujeres tuxpanenses, sobre todo en mayo, para las fiestas patronales. Doña Tere ha sido reconocida por el pueblo, galardonada por su artesanía y comida, pero también, una víctima de personas que han lucrado con su trabajo.

Su madre, una mujer que activamente participaba en la Unión de Comunidades Nahuas de Tuxpan, acercó a su hija Tere al grupo para que impartiera cursos sobre el deshilado. Motivada por enseñar algo que aprendió desde joven para ayudar a su madre con la economía y que más personas cuidaran de esta tradición en la costura, con gusto comenzó a instruir los cursos. Hasta se convirtió en una integrante del grupo de la comunidad indígena.

Doña Tere comenta que las cosas transcurrían bien, hasta que sucedió una situación por la que ya no quiso ser parte del grupo. Me explica que le compraron una servilleta de las que ella realiza y con esa servilleta la Unión de comunidades gano el primer lugar de un concurso, del dinero del premio ella no recibió nada, “no se vale que hagan eso con uno, porque como le digo, está uno ahí en la costura sacando hilito por hilito, dándole la figura al trabajo, ¿para que hagan eso?”, manifiesta Doña Tere.

Aun con esa experiencia, Doña Tere no limita seguir enseñando su arte, destina sus tardes a tejer afuera de su casa y tiene sus alumnas que la acompañan. Cada persona que llega a preguntarle sobre sus oficios como cocinera y tejedora, ella los comparte.

Me platicaba que recientemente una mujer estudiante de gastronomía de Chiapas, acudió a ella para ver la posibilidad de enseñarla a hacer una de sus recetas. En respuesta, doña Tere la invitó a cocinar a un evento que le surgió en esa semana. La chica se fue agradecida, paso tiempo para que doña Tere recibiera una llamada donde aparte de agradecerle por enseñar su receta, le compartiera parte del pago que había obtenido, “Entonces yo sin esperar nada me fue llegando, comparado con todas estas injusticias que luego uno le toca y dice uno, ‘qué bueno que fueran así todas’” hace notar doña Tere.

Si bien, asegura no haber solicitado ningún tipo de apoyo económico como mujer indígena, reconoce que la comunidad sí intentó recurrir a solicitar algunos apoyos que tampoco les llegaron, “el maestro hacía reuniones, de 80 a 100 personas, a todos les pedía sus firmas, ‘que va a haber apoyos para tal persona y que, a fondo perdido, no van a pagar’, firmábamos y asistíamos a las reuniones, porque a uno que le interesa que le ayuden y ni así, nunca recibí nada” recuerda doña Tere.

El profesor Antonio Vázquez Romero, más conocido como chichihui, ha estado al frente de la Unión de Comunidades Indígenas desde su fundación, hace más de 30 años y en múltiples ocasiones ha estado en el cargo de presidente. Una nota del medio Suspicaz titulada “Comunidades Indígenas de Tuxpan tienen nuevo representante” es lo más cercano a la información pública de cómo se ha renovado su cargo en el año 2017.

Se solicitó una entrevista con el profesor para conocer más de su trayectoria y opiniones, pero no se obtuvo respuesta de confirmación.

Elegido en una ceremonia cerrada, representando a Tuxpan en eventos de lengua materna y como anfitrión del encuentro de danzas del municipio durante sus últimas 27 ediciones, ha sido aceptado por la población e instituciones como un representante de la comunidad. La Casa de las Culturas Indígenas es desde 1994 una Sociedad de Solidaridad Social (s.s.s.), una figura legal en México que se basa en la unión de personas que se organizan para trabajar juntas y ayudarse mutuamente, buscando beneficios colectivos más que ganancias individuales.

La Sociedad de Solidaridad Social está pensada para realizar actividades productivas, culturales, educativas o de desarrollo social. Las decisiones se toman de manera democrática y sus integrantes pueden acceder a apoyos gubernamentales. La Ley de Sociedades de Solidaridad Social no establece un tiempo obligatorio o específico para la persona que permanece a cargo, lo que sí establece es que se debe de tener un consejo directivo y tener claro en los estatutos cómo se elige, por cuánto tiempo y cómo se puede reelegir o sustituir éste.

Cuando Celina Vázquez se integró a la Unión de Comunidades Indígenas, formó parte del comité de jóvenes que tiene la sociedad, fungió en el cargo de secretaria y menciona que se lo tomó con responsabilidad. Junto con las demás juventudes, crearon más comités en las delegaciones para realizar eventos, como: concursos de papalotes, de piñatas y trabajaban en el rescate de la lengua náhuatl. Aunque parecía que algo faltaba: “nosotros veíamos como jóvenes que había muchas fiestas, muchas tradiciones, muchas manifestaciones culturales, pero que muchas veces no te explican el sentido de las cosas.”, rememora Celina.

Con interés genuino por la cultura y por continuar trabajando cerca de la población, Celina explica que parte del grupo se retiró de la Unión de Comunidades Indígenas porque los intereses de ésta comenzaron a girar en torno a temas políticos que no eran una prioridad.

Por lo que, para continuar el trabajo, generaron el grupo Yaoxocoyomenahuatl, cuyo objetivo fue consolidar la identidad indígena del municipio y estar orgullosos de ella. “Pudimos vender la idea de que ser indígena es algo que te llena de orgullo y que tienes riqueza cultural en comparación con otros jóvenes, aun del mismo municipio, que no practican ciertas cosas.”

El grupo conocido como los “yao”, implementaron clases de náhuatl en la localidad y fomentaron la Feria del Platillo Típico de la Cuaxala, un evento donde colaboran con el Consejo de Autoridades Tradicionales Nahuas de Tuxpan, otro grupo indígena que ha representado a la comunidad.

El consejo de autoridades tradicionales nace por la iniciativa de Osvaldo Romero Chávez, un hombre del municipio que creció en la transición del desuso de la lengua náhuatl. Campesino por herencia e indígena por tradición, durante su niñez creció con sus abuelos que, además de mostrarle los rituales antes de sembrar el maíz, su abuela le inculcó las expresiones religiosas de la imagen de San Sebastián Abajeño, que está al resguardo de su familia.

Osvaldo comenta que hace tiempo llegó a vivir a un lado de su casa María de Jesús Patricio, más conocida como Marichuy, la primera mujer indígena en buscar ser candidata independiente a la presidencia de México en 2017; Osvaldo la reconoce como parte de su “clan”, ya que, con tantos grupos de representación, no todos trabajan en conjunto.  Hija de su padrino de primera comunión, Marichuy, invitó a Osvaldo al Congreso Nacional Indígena (CNI) del que ella ya era parte.

Osvaldo reitera que estar en el CNI fue para él una escuela llena de aprendizaje. Recorrieron todo el país para asistir a congresos donde, además de participar especialistas, dialogaban con personas indígenas que compartían sus propias situaciones y soluciones desde sus territorios. Estos eventos llevaron a Osvaldo a pensar en nuevas formas de organizarse dentro del municipio y entre territorios, así se le ocurrió la idea de la creación del Consejo de Danzas Tradicionales de Tuxpan, Jalisco.

Conocedor del tema de la danza de sonajeros por la tradición que resguarda su familia, trabajó para que el consejo sea un espacio donde las personas de la comunidad encargadas de las danzas expresen sus necesidades y opiniones, para así evitar que otras personas externas impongan sus decisiones. “El principal motivo fue porque otras instituciones organizaban a las danzas, cuando ellos no tenían nada que ver, nosotros mismos nos debemos de organizar, entre hombres, mujeres, niños, ancianos, cocineras tradicionales, músicos tradicionales, entre todos.”, afirma Osvaldo.

Reunir y poner de acuerdo a las personas encargadas de las danzas no fue una tarea sencilla. Entre el mismo grupo convocado eligieron a sus representantes, donde, en un inicio, Osvaldo fue elegido como presidente del consejo que creó pero dejaron claro que el cargo pasaría a más integrantes cada cierto tiempo. Años después se crea, con la misma intención, el consejo de autoridades tradicionales nahuas de TuxpanJalisco.

Osvaldo Romero y su compañero Gerardo Calvario convocaron a familias del municipio y personas de las delegaciones que compartían su visión indígena a conformar la asamblea. En ésta, sus integrantes llevaban a cabo actividades similares a las del consejo de danzas tradicionales, solo que, en este caso, no sólo  se encargaban de temas relacionados con las fiestas .

“El objetivo principal del consejo de autoridades tradicionales era que ellos se autogobernaran, que nosotros solitos como pueblo saliéramos adelante, pero con nuestros usos y costumbres y que la máxima autoridad de todo fuera la asamblea comunal, o sea, de las comunidades.”, remarca Osvaldo.

Su trabajo en los consejos le brindó oportunidades a Osvaldo Romero, actualmente es regidor de asuntos indígenas en el Ayuntamiento de Tuxpan; se incorporó a los cargos públicos en la administración 2022-2024, a través de la Jefatura de Asuntos Indígenas.

Explica que “por mucho tiempo” lo habían invitado a ser parte de estrategias políticas, pero entre su trabajo y su participación en los consejos no tenían el interés por algo más. Y es que, señala que dentro del consejo “empezaron a pintarse colores políticos”, al mismo tiempo que sus integrantes recibían “invitaciones para platicar sobre el tema”. Esto les llevó a decidir que no habría divisiones por conflictos partidistas. Aunque cada uno tomará las oportunidades que se les brindaron.

Hoy en día, Osvaldo también es tesorero de otro grupo de representación indígena, el Consejo Regional Nahua de Jalisco, en el que participan la comunidad wixárika de la parte norte del estado, la zona metropolitana de Guadalajara y los nahuas de la zona sur.

Pese a los esfuerzos de generar organización comunitaria y representatividad, de los más de 37 mil habitantes del municipio, la mayoría no ha elegido a alguien como su representación indígena.

El cronista municipal, Víctor Mendoza, explica que estos grupos nacen frente a la falta de una representación, que por muchos años se tuvo en la República de indios, como es el caso de Tuxpan. “Había dos formas de gobierno, la República de españoles y la República de indios, los pueblos con mayor concentración indígena siguieron conservando este sistema de República de indios donde no estaba permitido que llegaran a vivir españoles. Tuxpan fue una república de indios.”

El cronista señala que estas Repúblicas de indios conservaban su forma tradicional de elección de gobernantes, que en el caso de Tuxpan eran reconocidos como tlayacanques, la autoridad representativa de cada barrio. Entre ellos formaban un consejo en donde se votaban las decisiones. “No era un cargo hereditario, sino que tenía cierto tiempo, el mismo barrio elegía su tlayacanque, cada uno de estos tenían un bastón de mando que los dignificaba como líderes y por lo regular siempre estaban más enfocados a la cuestión religiosa, también en la cuestión política, y es donde salen lo que son los otros cargos de sargentos, mayordomos y capitanes.”

Estos cargos de mayordomías y capitanes aún se conservan en el municipio, pero no los tlayacanques. Con el lema de Porfirio Díaz “orden y progreso” y la llegada del tren a la región, el desarrollo del país comenzó a desplazar y eliminar las dinámicas organizativas de estas comunidades. La población indigena de Tuxpan se transformó en ejidatarios y algunos otros en trabajadores de la empresa papelera del poblado cercano de Atenquique, precisa Víctor:

“Se empieza a relegar la figura tradicional indígena para dar paso a un Tuxpan más industrializado. Lo vemos con el vestuario, los hombres dejaban de usar su calzón blanco para usar pantalón de mezclilla, que era lo que se utilizaba de uniformes en la fábrica, y las mujeres siguieron conservando su indumentaria porque no había necesidad. Los jóvenes empiezan a salir a estudiar, se encuentran con discriminación, con racismo y demás, y entonces empiezan a dejar de usar su lengua. La cuestión indígena empieza un poco a desaparecer y esa organización ya persistía solamente en la cuestión religiosa, se va a seguir conservando solamente ahí a través del folklore, las fiestas, la danza, la organización de la fiesta y todo lo demás queda apartado.”, argumenta el cronista.

Pareciera que es en este momento de la historia moderna de Tuxpan que los liderazgos indígenas comienzan a difuminarse. En su lugar, aparecen figuras de representación y grupos que “toman la causa”, advierte Víctor Mendoza, e, incluso, que se consolidan con los movimientos indígenas que ya venían resaltando en Latinoamérica, enfocados algunos en un discurso de sufrimiento, pero también de resignificación de la identidad. 

Programas y asistencialismo

“Se acaba de aprobar un presupuesto para las comunidades indígenas, ese recurso no va a llegar a la hacienda pública, si no se les va a dar directamente a las comunidades y ellos tienen que elegir a través de la asamblea en qué quieren gastar ese dinero. Al ver que existe eso, puede generar que empiecen a salir nuevos grupos que se autodenominen también comunidades indígenas y quieran participar y hacer uso de ese recurso, a lo mejor no de una manera favorable”, reflexiona el cronista.

Los apoyos económicos dirigidos a personas indígenas no son nuevos en el municipio. La población tuxpanense ha sido beneficiada con estos recursos que aportan a la cultura, la gastronomía, la música, la danza y también a la educación de las juventudes indígenas:

“Tratábamos de darle ese valor de que la gente se sienta orgullosa de ser indígena, ya conforme vas caminando también empiezas a ver que muchas veces te dices o dices que eres indígena, pero porque ves el interés en un programa público.”, confiesa Celina.

Jahily García Gaytán, nació en el estado vecino de Colima, pero creció en Tuxpan, rodeada de una familia que participa en diversas expresiones y fiestas del pueblo. Cuando ella estaba en la preparatoria fue beneficiaria de lo que en Tuxpan llaman la “beca indígena”.

Esta beca de interculturalidad, beneficia a las juventudes tuxpanenses con un pago de 10 mil pesos por año. Tras su lanzamiento, hubo gran interés en la población joven del municipio, quienes querían también recibir la beca.

Para beneficiarse de este programa, uno de los requisitos es presentar una carta de pertenencia que reconozca a la persona como indígena. En Tuxpan, anteriormente este documento lo emitían los grupos autodenominados indígenas, pero cuando la demanda a la beca aumento la Comisión Estatal Indígena (CEI) le retiró la validez a las cartas emitidas por las autoridades locales, específicamente a las comunidades nahuas, para esta convocatoria.

Antes de que Osvaldo Romero fuera parte de la administración municipal, tuvo un cargo honorífico en la CEI, justo en este año la beca comenzó a generar gran interés entre las juventudes de Tuxpan. El ahora regidor menciona que en ese momento llevó la información al consejo de autoridades, con la intención de “acercar el apoyo y la información” a la comunidad, ya que consideraban que el apoyo económico era una gran oportunidad para los juventudes, unidos por la causa, trabajó con el apoyo de Celina Vázquez, quien en ese momento también se encontraba trabajando en la CEI. Con el interés en aumento a la beca y consciente de que Tuxpan no tiene definida a sus autoridades indígenas, Celina se dio cuenta de que podía identificar a los jóvenes indígenas a través de su experiencia en la población.

“Yo te voy a ubicar al joven de la familia que viene, yo tengo la seguridad de que son jóvenes que viven en el día a día en lo que son las costumbres y las tradiciones o te puedo ubicar a qué se dedican sus papás y todo.”, describe Celina.

Es ahí donde la CEI tuvo que intervenir porque detectaron que había personas que solicitaban la beca sólo para recibir el dinero, sin tener una identidad índigena: “en un análisis que hicimos había muchos jóvenes que no tenían la identidad y no era por hacerlos menos, también era una forma de que los jóvenes voltearan a ver a su comunidad y de que sí se sintieran parte de ella”, manifiesta Celina.

Después de esto, la CEI fue facultada por la ley para emitir estas cartas de representación. A decir de Celina esto es bueno, pues aunque volvió el proceso mucho “más burocrático”, esto logró mitigar los favoritismos, la corrupción y, quizá, lo más importante, evitar que sólo con la opinión de unas cuantas personas se decida quién sí o quién no tiene una identidad indígena.

Después de estas restricciones vinieron nuevos procesos, para obtener la carta de pertenencia por parte de la CEI: la persona joven interesada tenía que haber nacido en Tuxpan, ya que este territorio está integrado al padrón de comunidades indígenas. Si bien, esto tiene sentido, vale la pena advertir que los servicios médicos públicos locales no cuentan con la capacidad de atender partos y aquellos que llegan son trasladados a Zapotlán El Grande, municipio aledaño. Además, como ha sucedido en el país desde la década de los 60, el oficio de las parteras ha sido relegado por la medicina moderna, así como por la institucionalización de los servicios de salud, aunque actualmente en Tuxpan, este oficio subsiste escasamente como una opción complementaria.

Considerando esto, si la persona solicitante no logra con su acta de nacimiento comprobar que nació en territorio tuxpanense, debía presentar el acta de nacimiento de su madre, padre, abuela o abuelo, la cual debe tener escrita la palabra “indígena”, como se registraba a las personas en 1870 en base a el Código Civil que requería incluir el origen, pero que con la actualización de las actas de nacimiento estas especificaciones se fueron eliminando.

Si se cumplía con estos requisitos, la CEI otorgaba la carta de pertenencia y las personas interesadas debían acudir a Guadalajara, la capital del estado, para recibirla en las oficinas centrales de la comisión.

Con la suma de estos nuevos requisitos para la población nahua de Jalisco, las personas solicitantes y beneficiarias disminuyeron, pero dejó en las juventudes tuxpanenses la reflexión de su pertenencia e identidad indígena, como lo advertía Celina.

La línea que divide al orgullo de ser una persona indígena de quienes sólo buscan el beneficio argumentando serlo, se desdibuja en la dependencia y abuso de los programas sociales, es decir en el asistencialismo.

Lizeth Sevilla García, investigadora del Centro de Investigación en Territorio y Ruralidad (CITER) de la Universidad de Guadalajara, explica que algunos programas sociales en el país “han violentado la organización social de las comunidades rurales”. Ejemplifica que algunos de ellos podrían ser los que ofrecen despensas con alimentos que no son de la región, incluso, aquellos que violentan los derechos de las propias comunidades, específicamente de las mujeres. En palabras de la experta no hay interés de los gobiernos por entender cuáles son las prácticas culturales de las comunidades a las que asisten, tampoco hay capacitación para las personas que acuden a afiliar y promover estos programas.

Alejandro Macías Macías, quien también es investigador en el CITER, coincide en que prevalece una falta de seguimiento y acompañamiento a estos programas y a su población beneficiaria. Advierte que, en estos casos, el asistencialismo no podría entenderse sin reconocer que en las estructuras del Estado también hay una tendencia clientelar, donde las personas son el mercado cautivo, especialmente dentro del contexto de la ruralidad, que requiere acceder a estos apoyos para una mejora económica.

Tanto Sevilla como Macías concuerdan que cuando el dinero está de por medio, las prácticas culturales se transforman y se da la oportunidad de explotar económica, política y socialmente el concepto de indígena, a pesar de los sentires genuinos del orgullo indígena que han sobresalido en la actualidad.

“Yo creo que, así como los colonizadores en su momento, ahora se enfrentan a un capitalismo voraz que trata de aprovecharse de ellos, lo importante es que entre todos sepamos identificar los problemas que ya se están dando, como falsos líderes, para que prevalezca realmente la cultura indígena como ellos la quieran vivir y como ellos la quieran aislar”, reconoce el investigador.

Para 2013, en Tuxpan sólo había dos personas beneficiarias de esta beca indígena, correspondientes a un hombre y una mujer de entre 7 y 14 años. En el territorio nahua de Cuautitlán de García Barragán, ubicado en la costa sur, se habían asignado tres becas, -desde entonces fue el municipio con más becas otorgadas-. Una década después, en 2024, este último municipio contabilizó 98 personas beneficiarias, luego le sigue Mezquitic con 66 personas y finalmente Tuxpan con 19.

Casi a la par de la historia de Tuxpan, con su trabajo de recuperación de la identidad indígena, la comunidad de Cuautitlán ha trabajado por revitalizar su lengua náhuatl, por rescatar la indumentaria y vestimenta, así como por el fortalecimiento de sus danzas tradicionales. 

Carlos Trinidad Roblada es uno de los jóvenes de la costa sur que han liderado las acciones que reaniman su identidad con dignidad, por ello, no ignora que existe un aprovechamiento o abuso de los apoyos económicos dirigidos a personas indígenas.

“Bajan sus constancias indígenas y se decretan como indígenas sólo para recibir las becas, ellos no se creen, al contrario, son los que van y se burlan de los propios indígenas y reciben dinero de los indígenas”, denuncia el joven.

Por ello, considera que, para revertir estas conductas, se deberían pedir acciones concretas comunitarias a cambio del apoyo, como en el caso de la beca de interculturalidad, Carlos opina que deben tener una retribución para el fortalecimiento de la cultura e identidad indígena, como aprender el 5% de su lengua indígena o participar en un trabajo comunitario en su población.

La organización como expresión indígena

Carlos Trinidad también es un artista plástico que retrata con pintura los colores de su tierra; en cada trazo busca dejar en evidencia la defensa de su tierra y su gente. Es originario de la comunidad indígena de San Miguel, que se encuentra en la reserva de la Sierra de Manantlán. Hace más de diez años se unió a un grupo llamado Sentilistli Tepokamej Tlen Molinia, integrado por juventudes de su comunidad preocupados por la cultura de su territorio. En la actualidad, estudia en el Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur) de la Universidad de Guadalajara en el campus de Autlán.

Al estar lejos de su familia y hogar, Carlos junto a otras juventudes de San Miguel comenzaron a reflexionar colectivamente sobre las preocupaciones y problemáticas que les afectaban. De esta forma y después de varias reuniones, consiguieron manifestar a las autoridades universitarias sus necesidades. En estos espacios de diálogo, les hablaron sobre las condiciones particulares que viven, las cuales, en su experiencia, son distintas a las juventudes que vienen de contextos urbanos “hay que hacerle saber al sur que tiene jóvenes indígenas y que tenemos esas dificultades, porque nosotros no somos iguales”, expone el artista.

Así fue que se abrió una casa hogar para los jóvenes de Cuautitlán donde ahora viven Carlos y sus compañeros y compañeras mientras estudian.

Carlos se convirtió en el hermano mayor que cuida de sus demás hermanos, comprendiendo que para las y los habitantes del ejido, salir de sus comunidades para continuar con sus estudios aún representa enfrentarse a la discriminación. De acuerdo con estadísticas del INEGI, en 2017, uno de cada cuatro integrantes de la población indígena de 12 años o más, es decir, alrededor de 2.4 millones de personas, reportó haber sufrido al menos un acto de discriminación en los cinco años anteriores.

“Decidimos unirnos, pedir a apoyo a diferentes lugares, hasta que llegamos con la rectora (CUCSur) y le hicimos saber que somos originarios, que estamos orgullosos de nuestras tierras y que estamos luchando, pero también ocupamos el respaldo de la Universidad de Guadalajara para que nos tenga consideración en el tránsito y así cumplir nuestras metas.” Argumenta Carlos.

Las peticiones de los jóvenes de Cuautitlán han sido escuchadas en el Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur) de Autlán,  pero parece no ser así en los otros campus del mismo centro universitario. Según cuenta Carlos, las juventudes indígenas de la Sierra de Manantlán que estudian en el CUSur de Ciudad Guzmán, sienten que no son escuchados, al tiempo que no hay alguien que se encargue dentro del plantel de los asuntos indígenas.

Estos comentarios han motivado a Carlos a solicitar reuniones con el rector de este plantel, pero se ha encontrado con el escaso apoyo de los “hermanos nahuas” de Tuxpan, como Carlos les llama: “estuvimos en una reunión con el rector general Ricardo (Villanueva) y dijo el rector, ‘invitamos también a Tuxpan, ojalá Ciudad Guzmán venga’ y nunca se presentó, se presentaron maestros que tenían en la escuela intercultural, pero no miro a chavos indígenas y aquí era reunión de los chavos, no era de maestros ni académicos.”

Doña Tere platica con nostalgia y desviando su mirada, que estudió siendo una adulta y con enojo en sus palabras dice que su niñez fue triste. Desde muy joven apoyó a su madre a realizar mandados, limpiar casas y vender servilletas de deshilado que aprendió a hacer para aportar dinero a su familia. Sin embargo, reconoce que a diferencia de sus hermanos varones, a ella no se le permitió estudiar.

No olvida esa vez que su profesor se burló de ella por haber dado una “mala respuesta” en clase, aún recuerda cómo le expresó que él no debería burlarse “porque si estaba ahí, era para aprender a expresarse”. Su mirada se alegra cuando piensa en su libreta y “en los dieces que sacaba”, pero sus ojos se llenan de lágrimas al recordar el desinterés que veía en su madre ante el entusiasmo que a ella le generaba estudiar:

dije yo, ‘pues si a ella no le sirve, que no le sirva, sirviéndome a mí, ¿qué importa que a nadie le sirva?’ Yo le dije a mis hijos, ‘hijos, están en la escuela, échenle ganas, estudien, no se queden como yo.”

Con orgullo habla sobre las profesiones de sus hijos, ahora doña Tere “tiene un arquitecto, un ingeniero y un maestro”, de este último admira la forma en la que se expresa.

Durante el periodo de clases, se puede ver a las juventudes con su uniforme de enfermería, maquetas o útiles escolares esperando los camiones de la Asociación de Estudiantes Tuxpanenses que en diferentes horarios del día trasladan a las juventudes a Ciudad Guzmán para estudiar la universidad, y que quizás, en un futuro la revalorización de la ruralidad puede hacer que decidan incidir en su comunidad conociendo sus propias necesidades.

Celina Vázquez es el ejemplo en Tuxpan de que la identidad indígena también es una forma de vida, pues ha abierto espacios para seguir fortaleciendo la cultura viva de la comunidad, al igual que una “nueva forma de ser indígena”.

“A mí me tocó ser la punta que vaya abriendo espacios. Ocupo a mi gente que nos ayude también a luchar por la gente que está ahorita en las comunidades y yo siempre he apostado por los jóvenes, porque es el reto que yo me planteé desde un inicio, demostrar que sí podemos aún con huaraches o sin huaraches.”

Al igual que la casa que las juventudes indígenas universitarias de la sierra de Manantlán gestionaron, la Casa Tuxpan, comunidad indígena migrante en Aguascalienteses liderada por el joven tuxpanense Alejandro Aguilar.

Cuando Alejandro se presenta, afirma que antes que “cualquier grado universitario”, es indígena de Tuxpan.

Alejandro estudió la licenciatura en negocios internacionales en el CUSur y se mudó a Aguascalientes porque tuvo una oportunidad laboral. En abril del 2021, decidió hacer nacer la Casa Tuxpan para ofrecerle a las juventudes de su comunidad un espacio para que tuvieran acceso a otras ofertas laborales. Según narra, tuvo que pedir apoyo al gobierno municipal de Tuxpan para que asumiera el pago mensual de la renta del espacio, también se acercó a las instituciones del nivel medio superior y superior a las que asisten las y los jóvenes de la localidad.

Por la casa han pasado varias generaciones de jóvenes y no hay requisitos más que “ser responsables con sus tareas asignadas”.

Alejandro afirma que en la casa se les recibe hasta que sus condiciones de vida sean mejores y puedan independizarse, luego continúan su camino, pero sin olvidarse de su hogar. Sin embargo, confiesa con nostalgia que nunca se deja de sentir extraño en una tierra que no es la tuya, y así como él, observa en las juventudes un amor por la cultura de la ciudad que los vio crecer.

Se alegra cuando recuerda cómo los jóvenes “se organizan en un carro para asistir a las fiestas del 2 de febrero en Tuxpan para celebrar con danzas, comida y ponche a la Virgen de la Candelaria”. Algunos de los jóvenes son danzantes, tienen familias tradicionales o saben cocinar la comida que se prepara en Tuxpan, por eso quieren estar ahí, en las celebraciones. Una identidad que han compartido con el estado en el que radican, gestionando un lugar en la feria nacional de San Marcos en Aguascalientes, donde actualmente venden las distinguidas tostadas raspadas de la región Sur de Jalisco y con eso recaudan dinero para cubrir la renta de la casa Tuxpan, ya que al igual que los jóvenes de la Costa Sur, con los cambios de gobierno en sus lugares de origen, se les retiró el apoyo económico.

Alejandro considera que ayudarse recíprocamente entre tuxpanenses es una práctica cultural, muy parecida a lo que sucede cuando se organizan las fiestas del pueblo. Él ve que la comunidad se puede reunir donde quiera que esté y regresar a ser parte nuevamente. Ejemplo de ello es el espacio que se ha designado a “los hijos ausentes” dentro de las peregrinaciones de las fiestas patronales del mes de mayo en Tuxpan.

Celina describe esas acciones como un acto de “pertenencia”. Más allá de un comprobante o papel que demuestre o avale que una persona es indígena o no, afirma, los rituales dan identidad y ser parte de la cultura también hace pertenecer:

“Yo puedo ser una persona pasiva, de estar viendo cada año, quedarme en mi casa, que pasen y recibir mi cuachalita y es muy diferente cuando estás dentro y apoyando a que la fiesta, a que la fe no se pierda, sino que, al contrario, se fortalezca.”, explica Celina

La percepción de nuestra identidad puede cambiar mediante la cultura o pertenencia a un territorio; la mayoría de las personas hablamos del lugar en donde crecimos, lo que hacemos o tenemos, pero no todas y todos nos preguntamos si somos indígenas o no, hasta que no lo cuestionan y muchas veces tampoco sabemos que deberíamos responder.

Jahily García hoy está segura de que es indígena, cimentó su identidad al formar parte del grupo Yaoxocoyomenahuatl donde, al igual que Celina, generó reflexiones al convivir con más jóvenes indígenas de otros territorios. Aún se asombra cuando me platica que por su color de piel clara le comentaban que ella no era indígena, pero me afirma que es la historia de su familia, su cotidianidad y su participación la que la hacen decir sí lo es:

“me ha tocado escuchar a muchos que dicen, ‘tengo la beca, pero no me identifico como si fuera indígena, porque no tengo los rasgos, no hablo un idioma’, pero no es solamente hablarlo o tener las características, es que seas parte de la sociedad, que te involucres en la historia y en todo lo que van pasando por generaciones.”

Con esta percepción es más claro entender la autoadscripción a la que se refiere el artículo segundo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y aunque se puede caer en las situaciones de aprovechamiento, Celina lo ve como una oportunidad cuando se está segura de nuestra identidad: “empezamos a trabajar mucho la autoadscripción, decíamos, ‘si tú defiendes tu identidad, tus raíces, tu comunidad, tu pertenencia’, en automático te llega lo demás.

Jahily no deja de acariciar su panza que guarda un latido. Al platicarme que ella pertenece a Tuxpan y a donde quiera que va, siempre dice que su pueblo es indígena, insiste en que el trabajo de pertenecer también es de las madres y padres que no deben dejar que el vínculo se pierda.

“Mi hijo, a lo mejor, no va a crecer aquí, porque yo me tengo que regresar a donde ahora radico, pero yo siempre voy a estar inculcando esa parte para que él vaya creciendo, teniendo en cuenta y diga: mi mamá es indígena”.

***
En este enlace podrán leer otras historias elaboradas por las y los estudiantes de ZonaDocs: Escuela de Periodismo, 2da. Generación:

ZonaDocs: Escuela de Periodismo, 2da. Generación

https://www.zonadocs.mx/zonadocs-escuela-de-periodismo-2da-generacion/***
Este trabajo es el resultado del proceso formativo de ZonaDocs: Escuela de Periodismo, 2da. Generación, proyecto auspiciado por la Fundación Internacional de Seattle, a través del Fondo para Jóvenes de Centroamérica y México (Fondos CAMY).

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