Por El Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”

Desde el mes de marzo a la fecha, en nuestro país hay 107 mil muertos por el covid-19. En este día de todos los difuntos, en nuestros altares colocamos la ofrenda y nos consolamos con un rezo, mirando sus fotografías. Ya no hubo forma de recibirlos en nuestros panteones, tampoco se pudieron adornar las tumbas como es la costumbre. Se ha roto el encuentro con nuestros antepasados, la convivencia con ellos y ellas compartiendo la comida y la bebida que más les agradaba. Estamos en el umbral de la muerte, porque nada nos garantiza que podamos librarnos de la pandemia. Con la falta de pruebas PCR no sabemos si somos portadores del coronavirus, simplemente le apostamos a nuestra buena suerte y a creer que este mal ya se fue de nuestras tierras.

Nunca hubiéramos imaginado que en tan sólo 9 meses tendríamos más de 107 mil muertos, quienes ya no compartirían con nosotros todos estos momentos. En verdad que no les tocaba morir y tampoco tendrían que haber sufrido tanto por la falla de sus pulmones. Nada está escrito, ahora sí que la muerte llega al azar. Nadie puede decir, “hoy no me toca morir”, más bien tenemos que estar preparados para este trance insólito porque somos “seres para la muerte”. En este año nunca hubiéramos imaginado que tendríamos las cenizas de nuestros seres queridos que estaban lejos de casa y que hacían planes para visitarnos. Se truncó la posibilidad de quienes vivían en Nueva York regresaran algún día y continuaran enviándonos algunos dólares para sostener a la familia. Se cortó de tajo toda posibilidad de que nuestros adultos mayores siguieran entre nosotros. También de varios médicos y enfermeras, por cumplir con su misión de atender a los enfermos graves de covid, pasaran a formar parte de las víctimas letales. Una gran mayoría de familias pobres que son trabajadores esenciales, porque no tienen otra opción en la vida que trabajar como jornaleras y jornaleros agrícolas, se encuentran lejos de su casa y de su comunidad, corriendo el riesgo en todo el momento de sufrir algún contagio. Nadie registra sus muertes, más bien continúan muriendo en el silencio sin que nadie los auxilie. Muchas madres e hijas no sólo murieron por este virus fatal, sino más bien, en este tiempo de confinamiento enfrentaron con mayor crueldad la violencia feminicida, sin que las autoridades investiguen los hechos, porque también las puertas de la justicia están cerradas.

Es imposible borrar de nuestra memoria esta tragedia mundial. No podemos seguir sin velar por la vida de todos. Se hizo patente nuestra extrema vulnerabilidad y quedó evidenciado que ni el dinero ni el poder nos salvan. El coronavirus nos vino a decir que el trato entre los seres humanos es parejo, que a nadie discrimina y mucho menos hace excepciones. Nos corta con la misma tijera y nos fulmina con quitarnos el aire. Por eso ya no podemos seguir desentendiéndonos de los demás, tenemos que entender que nuestra sobrevivencia está íntimamente ligada con la especie humana.

En este contexto, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, participó este 31 de octubre en una ceremonia tradicional en el patio central de Palacio Nacional. Simbólicamente encendió una vela para honrar a las víctimas del covid-19 y presentar la ofrenda a través de los altares que elaboraron varias autoridades de los pueblos indígenas de México. “Una flor para cada alma” fue el mensaje presidencial para todos los difuntos. En este evento, participaron autoridades del pueblo Me’phaa de San Miguel del Progreso quienes mostraron su ofrenda y compartieron su mensaje al presidente de la república. Por su parte, el presidente López Obrador, declaró que se mantendrá 3 días de luto nacional en memoria de las víctimas del covid-19. Es un homenaje sin precedentes; sin embargo, la lucha contra el covid ha demostrado que las comunidades indígenas siguen siendo las más olvidadas y las que no cuentan con infraestructura hospitalaria, ni personal médico para hacer frente a la pandemia.

La amplia brecha de desigualdad que existe con la población indígena los ha dejado en un permanente estado de vulnerabilidad que se ha visto agravado en la medida en que se expande este virus con la pandemia. Las medidas de confinamiento y aislamiento social instaladas desde finales de marzo se alejaron de la realidad de los pueblos indígenas y se olvidaron de lo establecido en el artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (CPEUM) que señala que México es una nación pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas. Sin embargo, todas las acciones impulsadas a nivel nacional en materia de salud, economía, alimentación y educación se han hecho desde una mirada occidentalizada. De quienes cuentan con sueldos y trabajos fijos, que les permite estar en sus casas o de quienes pueden conectarse a líneas telefónicas y bandas anchas de internet para seguir con clases virtuales.

Esa es una realidad lejana para los 25 millones de personas, que es el porcentaje total de población indígena que estima el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Por eso, lejos de ser útiles estas medidas decretadas, han lacerado más a los pueblos, que ahora sufren un mayor padecimiento al momento de acceder a los derechos básicos como la alimentación y la salud. Desde nuestro trabajo con las comunidades indígenas, hemos podido verificar las dificultades que han presentado durante la contingencia sanitaria y que a la medida que ha avanzado se han empeorado. Tal es el caso del recorte presupuestal que se ha aplicado de manera indiscriminada por la administración federal, con el objetivo de la atender de la pandemia, pero que ha dejado sin recursos a mujeres y personas víctimas de violencia, al reducir el presupuesto para la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y de varios programas para la atención de violencia de género, como las Casas de la Mujer Indígena.

En Guerrero, como varias partes del país las instituciones dejaron de brindar servicio público de manera cotidiana, lo que generó que se profundizara el rezago que ya existía en las investigaciones de violencia de género y acciones para su atención. Durante la contingencia hemos escuchado de varios casos de feminicidio y violación sin que las autoridades hayan brindado la atención adecuada. Tal es el caso de una reciente campaña lanzada por el Observatorio Ciudadano de las Violencias contra las Mujeres de Guerrero (OBVIO). En ella exponen los casos de 6 niñas abusadas sexualmente, para evidenciar esta insensibilidad que existe entre las diputadas y diputados para reformar el Código Penal de Guerrero que contrario a lo que plantean los colectivos de mujeres se impulsa una ley donde las sobrevivientes de violación tienen que interponer necesariamente una denuncia para acceder a un aborto. En la campaña se da cuenta de que las víctimas que acudieron ante las autoridades correspondientes no se les atendió ni protegió. Esta es una de las realidades que viven las mujeres indígenas en Guerrero, que ante la contingencia se ha agravado, por la falta de recursos para los refugios y albergues que brindan atención a mujeres víctimas de violencia.

En el caso de los feminicidios, la situación es similar, las investigaciones y diligencias se realizan con una demora excesiva, por lo que los perpetradores huyen. Además, los familiares de las víctimas en la mayoría de los casos no han podido acceder al apoyo de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas de Guerrero, la cual permaneció cerrada hasta inicios de agosto y aún ya abierta, ha señalado en varios casos que no tiene fondos para brindar los apoyos necesarios.

Del mismo modo, hemos visto que los familiares de otras víctimas de la violencia han quedado invisibilizados en medio de la contingencia sanitaria. Como es el caso de las familias que buscan a personas desaparecidas y que, ante el cierre de las instituciones, sus investigaciones quedaron paradas y se cancelaron los operativos de búsquedas. El caso del Colectivo Luciérnaga: Una luz en la obscuridad, que se creó a raíz de la desaparición del defensor Arnulfo Cerón Soriano no han podido avanzar en la búsqueda por el confinamiento que se vive. Todo quedó en la promesa de que continuarían estos operativos en la región, sin embargo, el semáforo epidemiológico ha provocado mayor angustia y desesperación entre los familiares.

Todo el esfuerzo que han realizado ha quedado trunco y lo peor de todo, es que la pandemia también causó estragos en algunas familias. Con el dolor a cuestas, don Gregorio Santiago Obtila, tuvo que sobreponerse a la diabetes, sin embargo, ya no pudo más para hacer frente al coronavirus. Lamentablemente murió en el mes de mayo sin tener algún indicio sobre el paradero de su esposa, su hija y su nieta, quienes desaparecieron en el 2018. Al dedicarse de tiempo completo a esta búsqueda solicitó a las autoridades superiores que pudieran pagar su retiro como elemento de la policía del estado, tomando en cuenta los años de trabajo y su enfermedad crónico-degenerativa. No tuvo respuesta alguna y se fue con la angustia de que dejó en la orfandad a 3 hijas más. El burocratismo del Mecanismo de Protección a Personas Defensoras y Periodistas de SEGOB le impidieron que pudiera acceder a alguna medida de protección.

El caso de Federico Aparicio Calixto, indígena Na’Savi quien desde el 2016 buscaba a su hijo Fredy Aparicio García, tuvo un desenlace fatal cuando acudió a su comunidad para atender a unas personas que solicitaban sus servicios como médico tradicional. Al perder comunicación, su hija solicitó la intervención de las autoridades para que pudieran investigar su paradero. En las redes sociales circuló una fotografía donde yacía un cuerpo sin vida cerca de la comunidad de Cuautipan, Atlamajalcingo del Monte. Sus familiares lo identificaron y constataron que fue asesinado a balazos. Con el confinamiento estas tragedias pasan desapercibidas porque no se realizan investigaciones que logren identificar a los responsables. Ahora la esposa e hija de don Federico temen que puedan atentar contra sus vidas. En estas circunstancias es casi imposible continuar con la búsqueda de Fredy y al mismo tiempo exigir justicia.

Todos estos difuntos son recibidos en los altares que con mucho cariño sus familiares adornaron con flor de cempasúchil. Con este color radiante y alegre buscan establecer comunicación para expresar todo el sentimiento que padecen a causa de su partida. En medio de las lágrimas se busca compartir la comida y la alegría de estar juntos. Su ausencia nadie la podrá cubrir y el corazón lo sabe, por eso, en esta noche lúgubre claman al cielo para que pare esta calamidad y que haya salud, justicia y paz en nuestro país.

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