Raquel Gutiérrez Aguilar hurga en lo más profundo de su alma y trata de encontrar respuestas a las preguntas que tanto le inquietan. Tiene un espíritu crítico, así lo demuestra al decir que “lo que no me satisface lo cuestiono, le doy vueltas, lo interrogo” y eso es justo lo que hace en su libro ¡A desordenar!  Por una historia abierta de lucha social, donde nos muestra su experiencia de vida dentro de las organizaciones políticas en las que  participó, así como una reflexión más académica sobre su contexto y las ideas con las que se sostuvo en la lucha.

La autora de origen mexicano, matemática y maestra en Filosofía por la UNAM, tiene una trayectoria y experiencia muy importante en movimientos sociales. Su primera incursión fue en El Salvador en la organización denominada Fuerzas Populares de Liberación (FPL). Su estancia fue corta debido a que fue detenida y deportada. Posteriormente estuvo en Bolivia en donde, en conjunto con un grupo de compañeros fundó y militó en el Ejército Guerrillero Tupak Katari, hasta su aprensión en 1992. Permaneció cinco años en la cárcel de Mujeres de Obrajes, en la Paz.

¿Cómo te surge la inquietud de ingresar al trabajo político?

En mi entorno familiar más íntimo existía mucha coherencia en lo que se hacía y lo que se decía. Yo me formé en un ambiente inmediato muy coherente, donde era muy claro qué estaba permitido y qué no lo estaba. Entonces a mí el mundo era lo que no me checaba, no me checaba con lo que yo veía en mi propia familia, eso me empezó a generar mucha inquietud. En particular algo que me movió mucho y me llamó la atención a la hora de entrar a la UNAM fue el enterarme y empezar a tener información de todo lo que era la experiencia sudamericana porque yo entre a la Universidad a finales de los 80´s. Toda la experiencia de la revolución centroamericana que iba en marcha estaba ahí y había una presencia permanente en diferentes facultades y en particular en Ciencias.

¿Qué origino que ingresaras a los movimientos sociales en otro país y no en México?

 Por aquellos años se movían los comités de solidaridad con las luchas de los otros pueblos, había un comité de solidaridad con la Revolución Sandinista que estaba recién restaurada, con la Revolución Salvadoreña y con los Guatemaltecos. Aparte estaban una gran cantidad de exiliados que te contaban todo el tiempo historias todavía muy recientes de lo que les había ocurrido a ellos y a su sociedad. Entonces en mí se empieza a despertar una especie de deseo muy grande de conocer. Además, en ese momento, ya me estaba formando en está otra forma de hacer política, que era revolucionaria clásica. Así comienzo a participar en estos comités, aprendo, leo y formo parte de un grupo de estudios impulsado por salvadoreños.

Me estaba vinculando con militantes de una organización y ni siquiera lo sabía, después me lo dijeron. Esa organización se estaba colapsando y empezaron a necesitar urgentemente fuerza de trabajo (cuadros). Entonces ellos veían que era bastante seria, que era estudiosa, que le chambeaba. Pues, vinieron a decirme “oye, ¿no quieres irte a vivir allá?”, a mí me invitaron a El Salvador básicamente a contribuir a la escuela de cuadros con una formación que me da risa ahora, pero que comparativamente con lo que ellos estaban viviendo era una formación sólida. Entonces ahí es cuando yo me voy a El Salvador lo medito mucho y digo ¡va!

Ya en El Salvador es detenida y deportada. Pasado un tiempo se va a Bolivia en donde participa en la fundación del Ejercito Guerrillero Tupak Katari. Posteriormente es aprendida y llevada a la cárcel, respecto a esto la autora habla de su estancia y recuerda que “hubo momentos, terribles, hubo cosas feísimas”. Ahí fue donde escribió su libro, justo en el tercer año de prisión.

¿Cómo fue tu ingreso y estancia en la cárcel?

Yo había llegado a la cárcel con todo un estigma ¡la terrorista más peligrosa del mundo! Una mexicana que está haciendo política interna, una mujer que ha estado detenida en otros países, bueno, el demonio era Santa Catarina junto a mí. Me acuerdo perfecto al día siguiente que llegué, estaba yo lavando una taza, cuando se acerca una viejita bien chistosa, se me queda viendo sin ningún pudor y me dice “¿Oiga, usted de veras es tan mala como dicen?, porque mire nomas con esa carita”. Yo me moría de risa, “pues no señora, pues como cree, la policía que ya ve como son”. La señora me responde “¡Ay sí verdad!”, y se fue.

¿Qué repercusiones te dejó el haber estado en la cárcel?

Es complicado volver a leer el mundo, porque has perdido la capacidad, sobre todo en la vida urbana, de estar atenta con tu visión periférica y con tus sentidos hacia tantos estímulos, porque has vivido en un mundo cotidiano que lo conoces tanto que es cerrado y repetitivo.

Pone como ejemplo el comportamiento de “la India María” al cruzar la calle: cuando avanza y retrocede. Además recuerda que “lo más fuerte, a mi juicio, a la hora de salir de la cárcel fue volver a aprender a armarme una vida. Tienes que buscar una vida pública” porque “ya no te va a mantener el estado, como lo hacía en la cárcel”.

Para Gutiérrez Aguilar otra situación muy dura y difícil al salir de la cárcel fue “no sabía decir que no, ¡que cosa horrible! todo quería hacer, no lograba equilibrarlo, tenía hasta siete citas en el mismo día”.

Otro tema importante que aborda en su libro es el papel de la mujer dentro de las organizaciones llamadas “de izquierda”. Referente a esto le pregunté si existía machismo dentro de las organizaciones en las que militaba y cómo actuaba frente a éste.

Sí, existía. En El Salvador me molestaba, me era chocante, pues no tenía herramientas, ni madurez, ni experiencia de vida. Si había una pelea me ponía del lado de las compañeras intuitivamente; eventualmente hacía una burlita, de que había estos compañeros tan inútiles, pero no más. En Bolivia se daba cierto juego, en particular conmigo, era el ejercicio de relaciones de poder ahí discurriendo. Se daba mucho en términos de la capacidad física, por ejemplo, yo siempre he sido como bebé: flaca, debilota. Soy una fumadora empedernida. Entonces nunca era buena para correr, para cargar. Me acostumbré a defenderme. Sí, tengo recuerdos de momentos tensos con ese grupo.

¿Cómo era el trato que te daban dentro de la comunidad en donde realizabas trabajo político?

En las comunidades aymaras la relación entre los varones y las mujeres es muchísimo más equilibrada, es muy paritaria, empezando por lo simbólico. La figura humana en cuanto tal no existe, la figura humana se piensa que no tiene género. De alguna manera llegar a un ambiente donde las cosas funcionan así, a mí me dio mucha posibilidad de tener un lugar.

En este breve recorrido, Raquel Gutiérrez nos muestra que es un ser valeroso, fuerte y decidido, dispuesto a luchar y a seguir en el camino de la crítica y nos invita ¡A desordenar!, así nos lo hace sentir cuando dice en su libro: “Sólo en algún multiforme desorden podremos construir capacidad de hacer, autodeterminación y libertad”.

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