En este año se cumplieron 90 años de la creación de El Teatro Ulises, el cual fue un punto de inflexión en el mundo cultural mexicano y sentó las bases para la escena moderna nacional.
“Este grupo de Ulises fue en un principio un grupo de personas ociosas. Nadie duda, hoy día, de la súbita utilidad del ocio. […] Así, les vino la idea de formar un pequeño teatro privado, de la misma manera que a falta de un buen salón de conciertos o de un buen cabaret, todos nos llevamos un disco de vez en cuando para nuestra victrola”.
Palabras de Salvador Novo en la noche de apertura del Teatro Ulises
Hacia finales de los años 20 del siglo pasado, la revolución mexicana se daba por concluida aunque entonces la nación se encontraba inmersa en la guerra cristera. A pesar de esto, en la capital mexicana comenzaba una era dorada artística y cultural, esto gracias a los creadores nacionales y a los extranjeros que llegaron a compartir y nutrirse del país.
Los gobiernos posteriores al derrocamiento del dictador Porfirio Díaz tuvieron como política generar un movimiento cultural nacionalista y es así como surge el muralismo mexicano encabezado por los llamados tres grandes: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Las paredes de la Secretaría de Educación Pública, del Palacio Nacional y otros edificios fueron intervenidos por los pintores a fin de narrar la historia del país para darle un sentido revolucionario; se trató de una especie de “Realismo socialista” a la mexicana.
En ese entonces aparecen varios grupos de jóvenes escritores, entre ellos los Estridentistas y los Contemporáneos; estos últimos fundan la revista “Los Contemporáneos” y posteriormente la “Revista Ulises”, la cual daría nombre al teatro que en breve iban a constituir. Entre ellos se encontraban Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, acompañados de la mecenas cultural Antonieta Rivas Mercado. Ella nació en el seno de una familia de la alta burguesía mexicana, hija de Antonio Rivas Mercado, uno de los arquitectos favoritos del porfiriato, cuya obra más conocida es el llamado Ángel de la Independencia, que se convirtió en símbolo de la capital mexicana. Cabe mencionar que en 2017 se restauró la casa de la familia Rivas Mercado y ahora es un centro cultural.
Refinada y amante de las artes, Antonieta creó el patronato para la Orquesta Sinfónica de México bajo la dirección de Carlos Chávez y entre los inmuebles que le fueron heredados por su padre se encontraba uno en el número 42 de la calle de Mesones, en el corazón de la ciudad. Es ahí donde convergen Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza, Julio Jiménez Rueda, Julio Castellanos, Gilberto Owen, los pintores Manuel Rodríguez Lozano y Roberto Montenegro, así como las actrices Clementina Otero e Isabela Corona, entre otros, quienes forman el Teatro Ulises bajo el patrocinio de Antonieta y de María Luisa Cabrera. Su objetivo era romper con el teatro decimonónico y nacionalista que se montaba para traer al país la dramaturgia moderna y vanguardista de la época.
En esos años, México vivía el apogeo del teatro de Carpa donde destacaban actores como Cantinflas y Jesús Martínez “Palillo”, así como del teatro de Revista, donde brillaban tiples como María Conesa “La gatita blanca”, Esperanza Iris, Lupe Rivas Cacho, Mimí Derba y Lupe Vélez, entre otras. Debido a su enorme éxito en estas vertientes teatrales, muchos de estos actores y actrices pasaron del escenario al celuloide, cuando la industria cinematográfica comenzó su auge y expansión.
Durante ese momento de gran efervescencia artística, los integrantes del Ulises deciden escenificar obras que conformarían su repertorio: “Simili”, de Claude Roger-Marx, “La puerta resplandeciente”, de Eduard John Moreton “Barón de Dunsany”, “Soldados” (Welded), de Eugene O’Neill, “El peregrino” de Charles Vildrac, “Orfeo” de Jean Cocteau y “El tiempo es sueño” de Henry René Lenormand.
A lo largo de ocho meses de 1928 se dieron varias funciones de estas obras, primero en el recinto de Mesones y luego en el Teatro Virginia Fábregas. Los integrantes alternaban diversas actividades en cada montaje, algunas veces actuaban, otras dirigían, otras traducían los textos. La respuesta del público y de la crítica fue variopinta; hubo espectadores que se salieron de la sala en plena función, algunos lo calificaron de teatro snob y otros aplaudieron el objetivo del grupo: renovar la escena nacional y dar a conocer la dramaturgia internacional de la época. Lo que es indiscutible es que el Teatro Ulises marcó un hito y sentó las bases del teatro moderno mexicano.
Tras este experimento, los integrantes del Ulises continuaron desarrollando sus actividades artísticas; Salvador Novo y Xavier Villaurrutia incursionaron en la dramaturgia, Roberto Montenegro y Manuel Rodríguez Lozano destacaron como pintores, Isabela Corona se convirtió en una reconocida actriz de cine. Por su lado, Antonieta se involucró en la campaña presidencial de José Vasconcelos, ex secretario de Educación Pública, el mismo que le había ofrecido a los muralistas las paredes de la secretaría. Tras un escandaloso fraude electoral, ambos se exiliaron, primero en Estados Unidos y después en Francia; fue en París donde Antonieta decidió terminar sus días dándose un tiro en la catedral de Notre Dame.
Sin lugar a dudas el movimiento independiente del Teatro Ulises renovó la escena cultural del país, dio a conocer la dramaturgia moderna de aquel entonces e impulsó a los creadores a generar un teatro más universal con una identidad propia.