Por Enrique G. Gallegos

Algunas de las peculiaridades del momento histórico actual, en su fase neoliberal, es la sobreabundancia de información y los efectos cutáneos que se generan a través de la aparente inocuidad del medio ultratecnológico y su poderosa virtualidad. Esa masa de información y las contradicciones y tensiones que proviene de su base material de vida, son propicias para generar mitos; estos mitos, por supuesto, pueden ser deliberadamente promovidos desde las estructuras del poder político, económico y educativo. El mito, correctamente entendido, debe tener algo de verdad para que pueda echar raíces en las capas conscientes e inconscientes del individuo y del colectivo social; de otra manera, se convierte en quimeras. Los mitos se alimentan de temores, inmediatos o mediatos, ancestrales o actuales. Los frankfurtianos sabían que la principal fuente del mito es la naturaleza y los temores que despierta. La corrupción, el dispendio, las crisis económicas, los prejuicios, las matanzas, los feminicidios, el rechazo de miles de estudiantes que aspiran a ingresar a la universidad pública, las inundaciones urbanas, las hijas que salen de fiesta y no regresan, las madres encadenadas a los hijos desaparecidos, los sueños frustrados, la saturación del metro y decenas de motivos reales y fantásticos lentamente germinan en algún punto del imaginario para posibilitar que el mito surja y se desarrolle. Es una paradójica rama fantástica que tiene raíces materiales. El retorno de la temida naturaleza, con sus cantos fúnebres, su pobreza, enfermedad e igualación ante la muerte alimenta profundos deseos del mito. Esto es lo que se podría denominar como la racionalidad del mito —en parte real y en parte fantástica.

Por eso, entendido correctamente, el mito es una categoría política porque puede propiciar que las sociedades, los colectivos y los individuos maduren hasta el punto de que actúen políticamente. La salida del neoliberalismo intenta instalarse desde ese engranaje entre lo fantástico y lo real, pero toca al pensamiento radical aniquilar ese mito de la 4T para develar lo que tiene de verdad y lo que tiene de falsedad. Cuando el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), decreta administrativamente que hemos salido del neoliberalismo nos instala en la falsedad mítica y puede desencadenar las mismas fuerzas destructivas y mortíferas que intenta apartar, pero también abre la posibilidad de que otro mito pueda construirse y devele una verdad oculta: al enunciar “primero los pobres” posibilita un país en el que se haga justicia a los pobres, a los oprimidos de siempre, a los sometidos y muertos que fueron enterrados con el estómago vacío y las manos ensangrentadas de escarbar la “tierra baldía”. Este es, en mi opinión, el principal riesgo y la potencia del mito de la 4T. La catástrofe de lo necrológico y lo acontecimental de la política emancipatoria operando al mismo tiempo. En lo que sigue planteo 1) un encuadre táctico de lo que podría significar el neoliberalismo; 2) luego derivo en lo que tiene de falso el decreto administrativo del fin del neoliberalismo; 3) para finalmente recuperar la verdad del enunciado “primero los pobres” como principio emancipador. 1) y 2) deben entenderse desde la política del mito gestado en la torsión de su verdad y falsedad.

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En medio de esa sobreabundancia de información y virtualidades, ¿qué puede significar el neoliberalismo? Informaciones van y vienen sobre el neoliberalismo.  Ora es un adjetivo, ora un sustantivo. Ora es un elogio, ora un insulto, una práctica o una economía. Primero, debemos entender que el neoliberalismo no es una excentricidad que viene de afuera y golpea con su olor a muerte. No es el monstruo que llegó del denso bosque y arruinó la alegre fiesta. Esta visión del neoliberalismo es mítica porque es falsa. El neoliberalismo es una fase del capitalismo y por lo tanto es capitalismo en su prefijo y cinco vocales. Ni llego de afuera ni es una monstruosidad, protuberancia o cáncer externo, sino que es capitalismo con ciertas particularidades. Los primeros neoliberales (particularmente los ordoliberales, así llamados porque algunos de ellos editaban una revista denominada Ordo, que significa orden) se autopercibían como liberales críticos de su propia tradición liberal. Se preguntaban qué había fallado del sistema liberal democrático para desembocar, por ejemplo, en la Alemania nazi. Ciertamente el neoliberalismo tiene, como todo mito fundacional, sus fechas emblemáticas e infames: el golpe de estado en Chile en 1973 y la relativa sincronía de los gobierno de Thatcher y Reagan en 1979 y 1981, respectivamente. Un camino preparado desde el aura de la “ciencia” con la entrega de Nobel de economía a Hayek en 1974 y a Friedman en 1976, gurús de generaciones de neoliberales de todo el mundo. El neoliberalismo, como mito, también descansa en la ficción de la economía como ciencia.

Grosso modo —y sigo en parte las ideas de Foucault, Harvey, Laval/Dardot y Escalante—, los neoliberales van a criticar la idea naturalista que hacía del mercado un ecosistema autoregulado. Según los liberales decimonónicos, así como la naturaleza abandonada a sus propias leyes se autoregula virtuosamente, de la misma manera el mercado debe ser abandonado a sus leyes para que produzca todos sus efectos benéficos, incluida una justa distribución de bienes y recursos. A los neoliberales esto les parecía ingenuo. Si bien comparten la creencia en la libertad de mercado, ajustan el fundamento del funcionamiento del mercado. Yo no será la naturaleza y sus leyes el punto de comparación, sino que plantearán un suerte de formalización en la que lo que importe son las reglas formales de juego con las que se participa en el mercado. Así como la democracia liberal representativa y el derecho burgués descansan en las formas procesales y se desatienden de sus contenidos, de la misma manera el  mercado será operado con la forma de la empresa y las acciones empresariales.

La singularidad del neoliberalismo no sólo será que cambiará la justificación del mercado (de la naturaleza a la formalización), sino que logrará resetear al Estado y las relaciones sociales y personales con la forma empresa. El Estado, de funcionar bajo registros de “razón de estado”, soberanía e interés colectivo, pasará a operar con los de la empresa. Es, por supuesto, el mismo Estado que funge como “perro guardián” del gran capital; es el mismo Estado que legisla para proteger, en líneas generales, la propiedad y las inversiones; pero intensificado por la matriz empresarial. Un Estado que ya no sólo defiende los intereses del capital —digamos, desde afuera—, sino que se comporta —digamos, desde dentro, desde su misma alma y sangre— como si fuera empresa. La mutación es radical. Algo similar pasa con los individuos y sus relaciones sociales; ahora están filtradas por la forma empresarial. Como estudiantes universitarios se desviven por devenir microempresarios. Toman cursos de emprendurismo, realizan trabajos uberizados y se asumen como empresarios de sí. Por esto, el neoliberalismo es la forma más sutil y terca de alienación del capitalismo en el que la explotación ha sido interiorizada y formateada con las ideologías del coaching, el éxito como forma de vida, las positividades, el autoempleo y las autoexigencia de rendimiento, radicalizadas por las tecnologías digitales en un mundo globalizado.

Parte de lo que posibilitó esta intensificación también se encuentra en un momento histórico dramático: la caída el socialismo real a partir del 1989. Durante el período de la posguerra, la lucha por el control del mundo era bipolar: Estado Unidos contra la URSS (y sus aliados). Para evitar que las personas se “radicalizaran” y convirtieran al comunismo, Estado Unidos y sus aliados diseñaban políticas, estrategias, medidas, promovían apoyos y programa sociales en los países sometidos a su influencia y dominio. Pero cuando se vino abajo el socialismo real, la cancha geopolítica se quedo con un sólo jugador y desde entonces ese jugador no ha dejado de ganar, imponiendo sus programas, sus ideas y su ideología alienante. Ese jugador hoy recibe el nombre de neoliberalismo. No es casualidad que la primera línea de ataque haya sido el trabajo y sus formas de protección y lucha sindical, porque eran centrales para las concepciones marxistas y progresistas. Con las partidas ganadas de antemano por los herederos de Thatcher y Reagan ¿para qué preocuparse por un trabajo con seguridad social, estabilidad, el acceso a la educación universitaria y, en general, para qué defender los derechos colectivos, si ya sus mismos ciudadanos estaban convencidos —alineados— de ser empresarios de sí? Por esas razones el neoliberalismo ha sido tan radical y reestructuró el trabajo, las subjetividades y reorganizó el sentido común. El neoliberalismo, pues, no hizo sino intensificar los procesos propios del capitalismo. Por eso, el neoliberalismo es una episteme y un arreglo social, o como ha dicho otros, una “nueva racionalidad”.

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En el régimen de vida y muerte de la modernidad capitalista, así como al liberalismo le corresponde la biopolítica, al neoliberalismo la necropolítica; de esa manera, el Estado se ha convertido en gestor de destrucción, miseria, desigualdad y muerte. En el neoliberalismo, el Estado gestiona que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres porque renunció a ser garante de los más desprotegidos.  Frente a ese Estado empresario y que implementa sus políticas públicas como si fuera un inversionista de Wall Street o un CEO de City Bank, AMLO intenta recuperar la racionalidad previa: la del Estado soberano y pretende que éste entable relaciones directas con sus ciudadanos. Por ello, la verdad del mito de la salida del neoliberalismo se expresa en la crítica de que el Estado haya abandonado su función soberana y rectora. Por eso mismo —como los liberales decimonónicos—, AMLO desconfía de todos los organismos, asociaciones o colectivos intermedios. Desconfía de los sindicatos, de las organizaciones sociales, de las universidades públicas y de los organismos autónomos. Pero no olvidemos que ese Estado soberano, que descansa en la racionalidad liberal, fue creado por la burguesía para defender sus intereses; de ahí la ambigua relación contradictoria entre ese Estado soberano que AMLO intenta restituir y las clases empresariales.

Para los liberales —que contribuyeron a inventar la racionalidad del soberano moderno— los mayores riesgos del Estado son la arbitrariedad y la corrupción. Por eso éste es sometido al “estricto derecho”, la división de poderes y los acotamientos, al punto de que se pretenda restringirlo al Estado pequeño y como mal menor. Más allá de esos límites, para esa tradición política, el Estado es la encarnación de la corrupción y la maldad. Este viejo motivo de los liberales será trasladado por AMLO al neoliberalismo. Si en la política y la administración estatal mexicana la corrupción es una práctica generalizada, con el mito de la salida del neoliberalismo ésta se convertirá en un pecado inherente a las relaciones entre empresarios, burocracia y el Estado. En esto tenemos una límpida cuña del rostro veteado del terco liberalismo de AMLO. De aquí su lucha contra la burocracia y sus trabajadores.

La desconfianza en los organismos intermediarios se nutre del mismo resorte que la de su desconfianza en la burocracia estatal y sus trabajadores. Así, despedirá a cientos de trabajadores y reformará las leyes del trabajo para eliminar los intermediarios, sean de la llamada sociedad civil, sea de la administración pública. En el discurso liberal —que replica AMLO de múltiples maneras— no hay distinciones: toda entidad intermediaria es corrupta y corruptora (sindicatos, organismos autónomos, universidades públicas, guarderías, organizaciones civiles, etc.). La salida del neoliberalismo en AMLO tiene la forma de un extraño retorno al pasado; un pasado mítico descrito en los textos de Rousseau y de Mill. Como en Rousseau hay una bondad inherente a las personas que es pervertida por los sindicatos y las organizaciones civiles; y también como en Mill, todo lo bueno y mejor proviene del individuo. La salida del capitalismo neoliberal en AMLO tiene, paradójicamente, entonces la forma de un retorno al capitalismo liberal. Esta es la falsedad del mito. La salida del neoliberalismo de AMLO significa menos Estado, menos sociedad civil organizada y menos trabajo organizado. Entre el capitalismo liberal y el capitalismo neoliberal, AMLO ha elegido regresar al primero, pero con una mirada social cercana al keynesianismo (“primero los pobres”, ha dicho varias veces). Esta es la verdad del mito. La falsedad de la salida del neoliberalismo es el peligro que puede llevar a la catástrofe; su verdad, a lo acontecimental de la política.

3

El neoliberalismo no es, pues, un monstruo externo al capitalismo. Sin adversarios, se constituyó en el hijo privilegiado de esta forma de reproducción social, cultural y económica. Sus falanges, riñones, muelas, estómagos y huesos están hechos de los mismos materiales que el capitalismo. Por ello, no se puede salir del neoliberalismo sin plantear a su vez salir del capitalismo. Cualquier otra salida es falta y mítica. Sólo el marxismo ha tenido algunas vez un pensamiento que se acerque a ese afuera. El capitalismo, sea en su fase del primer imperialismo, sea de la gran industria, del liberalismo, del fordismo o del neoliberalismo, capitalismo se queda pues sigue operando con la contradicción entre capital y trabajo. AMLO, como todo gobierno partidario de ciertas formas del estado benefactor, cree en determinadas expresiones del libre mercado, pero separadas de las funciones del Estado. De ahí, por ejemplo, el sometimiento de los migrantes y el tabicamiento de la frontera sur, su respaldo a los acuerdos comerciales, la desconfianza de las organizaciones intermediarias o el poder concedido al ejército (al punto de volverlo constructor de aeropuertos). La afirmación de AMLO de poner fin al neoliberalismo es, por ello, mítica y falsa. Pero, por otro lado, importa destacar que esto también expresa la verdad del mito porque implicaba reconocer lo perverso de que el Estado funcione como si fuera una empresa. Pero entonces ¿cuál podría ser la verdad del mito de la salida del neoliberalismo decretada por AMLO, más allá de desenmascarar lo que ya estaba desenmascarado (el Estado empresario)?

Ese retorno al capitalismo liberal oculta otra cosa profundamente radical. Esa radicalidad proviene de que a la vez que anunció el mito de la salida del neoliberalismo, también decretó el enunciado “primero los pobres”. Y esta es la profunda verdad adicional del mito de la salida del neoliberalismo de AMLO (no el cántico anticorrupción, la desconfianza a los intermediarios y la connivencia del Estado con los empresarios, todos temas del liberalismo). Si no es posible salir del neoliberalismo sin salir a su vez del capitalismo, el “primero los pobres” significa su radical posibilidad. Pero es una posibilidad peligrosa por su misma radicalidad. En términos radicales: con el “primero los pobres” se abre un campo agonal que posibilita el camino a la emancipación de los pobres, los indígenas, los ancianos, las y los oprimidos y perdedores de siempre (camino que aún no ha sido ni siquiera pavimentado). Aquí sus decisiones administrativas dan cuenta de otra forma de hacer política mirando a otros lugares. Otros lugares sobrecargados por decenios de desprecio, ninguneo, miseria y opresión. Las cifras apenas dan cuenta de ese cambio de mirada. Los apoyos a los 8 millones de adultos mayores, a los casi 800 mil discapacitados, a los 300 mil estudiantes universitarios y la banca del bienestar que diseminaría recursos, entre otras políticas sociales, abren una posibilidad —y se entiende, la posibilidad no es su realidad plena.

Pero es una posibilidad también peligrosa: sin hegemonía, abre un espacio para que retornen los conservadurismos, las derechas y revivan los neofascismos. Si se quiere transitar por la senda de la verdad del mito de la “salida” del neoliberalismo, AMLO debe construir eso que desde Gramsci —y Lenin— se conoce como hegemonía. El mayor reto no sólo es decretar el fin de la corrupción o distribuir becas o terminar con la connivencia entre empresarios y funcionarios, sino sentar las bases educativas y culturales para combatir la epistemología neoliberal, tan firmemente instalada en la educación primaria, secundaria, preparatoria y universitaria. Ahí es donde las batallas se ganan y se pierden. Es en el aula donde el neoliberalismo tiene las partidas ganadas de antemano. El tamaño de la catástrofe se expresa en que el estudiante de humanidades, literatura o filósofo sueña ser empresario. En el aula es donde las pesadillas de los mitos, de tenebrosas y mortíferos, se pueden transformar en cantos de esperanza y liberación. De otra forma, no es difícil imaginar que se corre el riesgo de hacer el camino andado por Bolivia, Brasil, Argentina, Ecuador y Uruguay hacia los gobiernos conservadores y neofascistas. No sólo por ser una sociedad profundamente injusta, sino por ser también racista y practicante de eso que se llama aporofobia. No hay que olvidar que los fascismo históricos son hijos del liberalismo, de la misma manera que los neofascismos lo están siendo de los neoliberalismos.

La potencia positiva y emancipadora de la salida del neoliberalismo está encriptada en la sentencia: primero lo pobres. Una enunciación que desata las furias apocalípticas, racistas y clasistas. Por ello, ese enunciado debe tener un respaldo hegemónico para que la verdad acontezca como historia. Pero si no es ejecutada con arte y astucia, creando hegemonía en las aulas y a través de la praxis política (MORENA ha sido inoperante), el mito regresará como muerte, asesinato, feminicidio y destrucción. Pero sobre todo porque el afuera del neoliberalismo sigue siendo capitalismo. El “primero los pobres” ayuda a vislumbrar los bordes de su afuera para que otros más osados y que no tengan los mismos temores míticos que la modernidad capitalista les ha inculcado, los crucen y vengan con el martillo y el hoz a derribarlos.

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