Una noche de música, poesía y solidaridad en medio de la lucha por la comunidad Otomí en la Ciudad de México.

Por José Meza / @josemz49 Fotografías Rafael Moreira /@teokichuaomoreira

27 de octubre del 2023, Ciudad de México.- La luz de una fogata ilumina la calle en el medio de la noche. De entre el frío y las personas suena “La puerta negra”; es interpretada por una guitarra acústica y esa voz que imita la chirimía para adornar a la armonía de la canción cuando se ausentan los versos. “pero la puerta no es la culpable”, entona Alexis, estudiante de la Facultad de Filosofía y letras de la UNAM, quien canta y toca dicho tema de los Tigres del Norte. “que tú por dentro estés llorando”. Risas de niños que juegan en medio de la luz de la luna se entremezclan con las charlas de los tantos y tantas solidarios y solidarias hermanas y hermanos que se han unido a la causa, a la lucha por la resistencia de la comunidad Otomí y de la Casa de los Pueblos y las Culturas Indígenas “Samir Flores Soberanes”.  

El crepitar de la hoguera se suma a los aplauso y chiflidos, a la algarabía rebelde de esta noche del 25 de octubre del 2023; siendo las 10 con 51 minutos de la noche, de esta noche en que las muchas organizaciones y colectivos de jóvenes, se dieron cita en el plantón de la avenida México – Coyoacán (mismo que exige paz, viviendas dignas, respeto por el agua de las poblaciones originarias de todo México, entre otras diligencias) para acuerpar la guardia nocturna de las inmediaciones del Instituto de los Pueblos Indígenas (INPI); predio ocupado en protesta por las comunidades otomíes procedentes de Santiago Mexquititlán, Querétaro, quienes fueron desalojadas de campamentos y viviendas construidas por ellos en terrenos de la alcaldía Benito Juárez. Terrenos que habían sido abandonados después del terremoto del 85 y que pasaron años sin ser reclamados hasta que el día 19 de septiembre del 2018, una inmobiliaria (Eduardo inmobiliaria A.C.) de la que existe escasa información, exigió dicho predio con ayuda de un representante, quien iba acompañado de granaderos y agentes de la policía bancaria industrial (PBI) quienes, con lujo de violencia, desalojaron a las familias otomíes. De entre ellos había niños, personas mayores, mujeres embarazadas e incluso bebés de pocos meses de nacidos.

El fuego de la resistencia se alimenta con música, poesía y rebeldía

Después de una tanda de canciones de Manu Chao a cargo de Alexis, una mujer se acercó a la fogata con una lona de las campañas electorales del candidato a la alcaldía de la Ciudad De México, Omar García Harfuch, entre las manos, y, la arrojó en medio del fuego. La rechifla resonó por toda la avenida. “¡Dame una O!” gritó la chica sentada a mi lado mientras todos entonaban la vocal. “¡Dame una T!” vociferó con cierta rabia mientras colocaba las manos a modo de megáfono. “¡Dame otra O!”, y respondieron todos. “¡Dame una M!” y la M se hizo escuchar “¡Dame una I!” y todos entonaron una I en el medio de la noche, en torno a la fogata, entre chiflidos y risas de los niños que seguían jugando “¡Qué dice?” preguntó la chica “¡Otomí!” gritaron todos “¡No se oye!” gritó la mujer “¡Otomí!” aullaron todos “¡Más fuerte!” replicó la chica “¡Otomí! ¡Otomí! ¡Otomí!” respondieron, a modo de melodía, las voces de quienes acuerpaban la guardia nocturna y disfrutaban del calor de la fogata rebelde.

Son las 11:45 de la noche y la lluvia no deja de caer, grácil, sobre aparentemente, gran parte del país. Otis, el huracán que entró este mismo día a las 12:00 de la madrugada, nos ha mantenido con ligeras lluvias y chubascos. Esto aquí, en la ciudad; pero allá, en las costas de Guerrero, Otis devastó las calles, las casas, los negocios. Desde esta fogata rebelde, los participantes, al igual que la comunidad otomí, les mandamos fuerza, fuerza y resistencia, resistencia y apoyo, al igual que le exhortamos a quien quiera que lea esta crónica, a brindar su ayuda llevando tanto víveres a los distintos centros de acopio como con la difusión de información que les permita mantenerse más comunicados con el mundo en estos momentos.

Dan las 12:15 y Diego, Estudiante de la UNAM, organiza a los compañeros para llevar a cabo un taller de percusión en equipo. Puso un ritmo base, mismo que seguimos todos y, después, permitió que alguien improvisara con alguna melodía. Tarolas, cacerolas, ollas, baquetas, palmas y cantos, protestaban en medio de la avenida, en medio de la noche, en medio de la resistencia. Al centro del círculo que nos agrupaba, se leyó el discurso de “los mártires de chicago” que Ricardo Flores Magón declamó el 11 de noviembre de 1911. “La libertad no se conquista de rodillas” sonaban cacerolas y palmas que ambientaban el discurso “Sino de pie” el ritmo de las percusiones se intensificó y la fogata encandeció como si Flores Magón se hiciera presente de entre el fuego “¡Viva la revolución social ¡” dijeron “¡Viva!” gritaron todos al finalizar y, entonces, inspirados por la prosa revolucionaria de Magón, coincidimos tácitamente que era pertinente darle inicio a el círculo de poesía que más pronto que tarde, definiría su inclinación hacia las letras rebeldes y revolucionarias.

La gran mayoría de los jóvenes integrantes de las organizaciones y colectivos que en gran parte son estudiantes de Filosofía, Ciencias Políticas y Sociología de la UNAM, leyeron sus poemas. En muchos de ellos, si no es que, en todos, se expresaba un sentimiento de preocupación ante las injusticias que atraviesa la sociedad y de las cuales, en su mayoría, son ocasionadas por el Gobierno. Versos que hablan de los reprimidos, de los desaparecidos, de las personas de barrios que sufren día a día violencia racial y simbólica. Esmar, un joven de Oaxaca que por el momento vive temporalmente en la Ciudad de México, tira unos versos a modo de rap mientras, Diego y Alexis, le acompañan con Beat Box. Esmar menciona a sus colegas desaparecidos; nombra a referentes de la rebeldía como a Franz Fanón.

Rima con la destreza de los diez años de experiencia que le acompañan. Esmar también hace gráfica. Pinta la ciudad con stencil´s que, llevan críticas sociales en sus mensajes con fin de que el expectante voltee y lea o aprecie lo que el pueblo quiere decirles. Los versos terminan, la gente aplaude alebrestada, entusiasmada y con inspiración.

A la 1 con 12 de la madrugada, entre la suave brizna y el calor de la fogata, Diego García, representante de la UPREZ Benito Juárez, se despide de nosotros y nos brinda unas palabras de agradecimiento más cálidas aún que el calor de aquella hoguera rebelde. Pregunta por quiénes se van a quedar a velar toda la noche y la mayoría levanta la mano. A Diego, esto, le esbozo una enorme sonrisa y se despide una vez más para irse a descansar; las jornadas en el INPI son largas. Fil y Mariana se quedaron con nosotros; ellos son parte de la comunidad Otomí Queretana y habitantes del INPI. Su amabilidad, cariño y agradecimiento es expresado en palabras. “Como ven” dice Mariana “somos pocos” y suspira “¡pero seguimos estando!” y todos aplaudimos, y Antonia, estudiante de Sociología, grita “¡Samir vive!” y todos responden a gritos “La lucha sigue”. “Samir vive, vive”, repite Antonia. “¡La lucha sigue, sigue, sigue!” contestan todos. 

Y la lucha sigue, así como la fogata sigue; los jóvenes la alimentan cada que parece querer morir, así como alimentan las esperanzas de una revolución, de un cambio digno para quienes en verdad lo merecen; la alimentan con poesía, con música y hermandad; con colectividad. Suena Silvio Rodríguez de aquella guitarra libertaria que se corre entre todos para avivar la madrugada. Una bolsa con bombones da la vuelta entre el circulo de mano en mano. Con varas que les atraviesan, nos acercamos a calentarlos en las llamas. A donde quiera que uno voltee se encuentra con sonrisas, con charlas amenas, con voces de gentes cantando y disfrutando de la resistencia. Llegan los compañeros de Ciencias Políticas con el café y Fil nos presta una olla para hervir agua. Entre varios compañeros se armó el fogón y pronto el café nos calentó las manos a todos; nos quitó el sueño y nos sacó el lado platicador.

La poesía siguió, la música también; la charla, los cafés y el calor de la fogata no faltaban. Dariel, un visitante chileno que llegó desde el viernes de la semana pasada, tomó la guitarra y entonó con ella Cantos nuevos, Víctor Jara resonó entre el viento de las calles y la lluvia ceso de golpe. Dariel vino a un encuentro de poesía en puebla. Llegó antes del evento para conocer la ciudad. De todos los días en que ha estado aquí, la gran mayoría los ha pasado con la comunidad Otomí. Ha velado casi toda la semana, apoyando y haciendo amistades. Dice que quería conocer la Ciudad de México, y que, qué mejor manera de hacerlo que viviendo sus realidades y apoyando a la resistencia, a la alegre rebeldía.

En la fogata, un joven de políticas, declama la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona y todos nos acercamos a él y nos enarbolamos con la esperanza de una mejor maña, de un pueblo en donde sea “Para todos, todo”. La madrugada nos confirma que sí, que “nacimos en la noche” y que “en ella moriremos”, pero, moriremos luchando, resistiendo, apoyando a los menos que, realmente, somos los más.

La fogata se unifica cada vez más y más. Los rostros de todos parecen ahora los de viejos conocidos que se han unido por la misma causa, por la misma hoguera rebelde que enciende sus esperanzas de revolución. Entre las charlas, me encuentro a Christian, una chica de ciencias políticas que practica danza contemporánea. Charlamos sobre los rituales del baile y su catarsis mientras a lo lejos, en torno a la fogata, bailan Diego y Antonia. Entre nosotros platicamos casi toda la noche. Platicamos sobre lo que ocurrió en el INPI; sobre los movimientos okupa; sobre los bloques negros, en general, de los pilares de una revolución. Se platicó casi hasta el amanecer de las movilizaciones ciudadanas, estudiantiles e indígenas, que, hasta la fecha, siguen en pie de combate por cambiar el mundo y hacer de él, un mejor lugar.

A las 6 con 10 minutos de la mañana del 26 de octubre del 2023, el sol salió de entre las nubes grises que dejaban caer una ligera llovizna; llovizna que recibíamos todos con tranquilidad en torno a el fuego, viendo como las llamas consumían los trozos de madera y como las ascuas ardían hasta el fondo. Mirábamos todos profundamente dicha escena. Poco a poco se consumía la leña y alguien aproximaba más hasta el centro de la fogata. Nadie dejaba que el fuego muriera, nadie permitía que se extinguiera. Así como los Otomíes no han permitido que se les desaloje del inmueble del INPI, de esta La Casa de los Pueblos y las Culturas Indígenas “Samir Flores Soberanes”, de este plantón en medio de la avenida México – Coyoacán que no se cansa de exigir una vivienda digna, el cese de la represión contra las culturas originarias y el respeto por el agua de sus tierras.

Poco a poco los muchos jóvenes comienzan a despedirse, en unas cuantas horas, deben de ir a cumplir con sus otras responsabilidades sociales. Algunos deben de ir a clases, otros a trabajar, la mayoría deben de ir a clase y a trabajar después. Karen, en un rato más, irá a pintar un mural en C.U. para exigir Justicia ante el caso de un mal enjuiciamiento. La fogata sigue y llegan los relevos. La mañana despierta y la mucha gente aledaña, vecinos, trabajadores, niños y niñas que van a sus escuelas, empiezan a inundar las banquetas de esta Ciudad.

La comunidad Otomí resiste, los jóvenes la apoyan; las fogatas rebeldes no han terminado pues, cada uno de los participantes de aquella guardia nocturna, al igual que cada uno de los integrantes de la Comunidad Otomí, no dejan extinguir el fuego de esa hoguera, de esas enardecidas fogatas; de esas llamas que se alimentan con poesía, con coraje y rebeldía; con música y la voz; con la injusticia que siente el corazón al voltear a ver cómo nuestros hermanos y hermanas sufren y se pregunta si la felicidad es tan solo para unos cuantos. Para nosotros la lucha “¡Que vivan las Fogatas Rebeldes!” gritan todos al unísono. Para nosotros la alegre rebeldía” y “¡para todos, todo!”

Desde aquí, desde estas brasas que arden, en esta la Fogata Rebelde, exigimos un alto a la violencia ejercida por parte del gobierno a todas las comunidades originarias de México y Latinoamérica. Lucha y resistencia para la comunidad Otomí.

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