Ciudad de México, 20 de septiembre de 2018

En los tiempos para construir memoria y justicia trascienden las manecillas del reloj la violencia incrustada en los cuerpos de las personas que habita, que las inmoviliza. Ahí donde la violación de los derechos humanos es latente y repetitiva; tanto que en este momento, en la periferia de la Ciudad de México podría estar pasando, similar a lo que la memoria y la dignidad humana podrían dar cuenta o borrarse como soplo al ras del suelo.

Ecatepec, Estado de México es el lugar más emblemático de violencia profunda inscrita en la condición humana de las personas que ha generado el sistema en tanto marcas de violación de los derechos humanos de manera estructurada: precarización de la vida, desempleo, discriminación, poca educación, asalto a mano armada, feminicidios, suicidios, el lugar que concentra más pobres. Estos y otros indicadores en números que se traslucen en marcas y signos de la destrucción de las vidas, cancelación de acceso a la justicia por ser pobre, desesperanza, odio y frustración. Donde la violencia es destino irremediable, vidas suspendidas sobre la impunidad y los silencios, cuerpos sin voz y sin rostro en tiempos de la política de la muerte.

Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com

Eran alrededor de las diez de la mañana, del pasado 4 de agosto, frente a la iglesia de la colonia Nuevo Laredo en Ecatepec, Sacrisanta Mosso Rendón, madre de los menores Erik y Karen Alvarado Mosso de 12 y 17 años respectivamente, decía a los asistentes a la caminata que ella había convocado para rememorar la vida de sus hijos, a dos años de su asesinato: “hace dos años como estas horas mis dos hijos solos en casa estaban dando una batalla por su vida ante su asesino, pero no lo lograron…logró matarlos”.

Hace dos años mientras la madre no estaba en casa pues laboraba en una cocina económica en la colonia Atzolco del mismo municipio, Karen fue torturad, abusada sexualmente y asesinada; Erik fue torturado y asfixiado. Meses después se sabría que el asesino era alguien que los conocía y los estuvo observando. Ella estudiaba en el CCH Vallejo y él estaba por entrar a la secundaria.

Ahí afuera de la iglesia estaban las fotos de Karen y Erik, acompañada de vecinos y familiares con flores y veladoras, la madre iniciaba la caminata, como una procesión cívica, un acto solemne donde destacaba el rostro de Sacrisanta; silencios, pasos bajo un cielo nublado cual presagio de otro lado.

La presencia de Erik y Karen al frente en fotos y pancartas que cargaban sus amigos y familiares, y ahí Sacrisanta, su madre, poniendo el rostro. Al frente, caminando en sentido contrario a la rutina de la gente, entre calles donde transitan autos, personas aprisa, silencios y vacíos; esa realidad a la que ella se ha enfrentado durante dos años, después del asesinato de sus hijos.

“Caminamos para recordar, caminamos por la justicia, para que no se repita un acto así”. Los caminantes que la acompañaban, avanzaban entre el silencio que era más fuerte que el sonido de autos, los grises del concreto sabía a polvo entre dientes, a vacío y casi consumía a los que caminaban con flores entre rezos muy quedos y gritos de justicia. Se sentía el frío de la mañana, eran los días de agosto lluvioso.

Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com

La Escuela Primaria Benito Juarez abría sus puertas, les esperaba una altar con fotografías de ellos para poner veladoras y flores, ahí estaban sus maestros. Sacrisanta una vez más al frente habló de los sueños que se trazaron sus hijos para ser alguien en la vida, para lograr sus sueños, “pero no lo lograron pues les arrebataron la vida y sus sueños”, dijo. Sus maestros los recordaron.

A Karen y Erik los asesinó Luis Enrique Zaragoza Mosso de 17 años, vecino y primo de ellos; en su desesperación, Sacrisanta logró encontrar al asesino de sus hijos, meses después de los hechos. Fue condenado a tan solo a 5 años de cárcel por ser menor de edad. “No queremos una justicia que dure 5 años” decía una amiga de Karen en medio de lágrimas; “queremos una justicia de más de 5 de años”, refiriéndose a la condena que recibió el asesino.

Entre abrazos de consolación a la madre los acompañantes avanzaron. Incidiendo la rutina y al ras del suelo los pasos decían memoria y justicia ante los ruidos muy altos de las cornetas de los microbuses. Los arrancones de autos como ecos que reafirmaban lo sórdido de la impunidad de estas orillas. Entre casa y casa como apiladas, un callejón asomaba hacia arriba del cerro. Y en medio de la calle asoma otro altar y otra parada para los acompañantes; era la casa donde ocurrió el crimen, entre letreros y flores de papel estaban sus fotos.

Una ofrenda más a la memoria, a un pendiente de justicia. Y ahí como una manera de nombrar y reconstruir esa justicia, Sacrisanta habló de lo feliz que fue con sus hijos, platicó recuerdos, anécdotas de travesuras juntos y sus sueños que quedaron suspendidos.

Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com
Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com
Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com

Dos últimas paradas esperaban. Caminado hacia arriba del cerro se llegó a la secundaria donde estudió Karen, su madre la recordó, así como lo que tanto quería estudiar y su sueño de defender a las mujeres de la violencia. Karen era consciente de la violencia que sufren las mujeres en esos lugares donde les tocó vivir.

En el transcurso a la última parada no se deja de respirar ese miedo y la sensación de incertidumbre, la soledad de las calles es acompañada de motonetas que se atraviesan, en las esquinas algunos hombres muy jóvenes aparecen varados y solos, algunos consumiendo drogas.

Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com
Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com
Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com

La última parada de la caminata es el panteón, unas cruces de papel con los nombres de Karen y Erick son depositadas en sus tumbas, el rezo de un rosario sobre aires que presagiaban la lluvia acompañan y trastocan las emociones que no sabemos descifrar, tal vez un presagio, tal vez la conciliación, tal vez la esperanza.

Se compartieron alimentos y ahí la mirada otra vez entre los asistentes, esa mirada que necesitamos encontrar en estos tiempos de extravíos. Canciones para acariciar el final del momento: la llorona fue interpretada por el grupo “Las Sirenas del Son y sus Marineros”, amigas encontradas por Sacrisanta en su andar por la justicia.

Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com

Lo que ocurrió a dos años del asesinato de Karen y Erick no era el fin, no fue la despedida, fue la posibilidad de lo humano ante la destrucción la que avanzo contra la corriente de lo fácil del olvido. Siete horas de acompañamiento detuvieron el tiempo y en ese cansancio de los caminantes también fue trazar la esperanza, marchando contra un devenir impune, indolente y esa mirada que desprecia vidas, la que cancela el acceso a la justicia; esa contracorriente que genera el maltrato fácil, el asesinato fácil. En estos lugares donde se les cancela a las mujeres y a los niños la vida y la justicia cual mano impune sobre sus rostros, cual odio y violencia enconada en la facilidad para hacerlo.

Lo que ocurrió ese día fue un caminar por el amor y la esperanza que nos enseñó Sacrisanta con sus pasos al ras de concreto, enseñando que en esta sociedad de crueldad, de maltrato y de violencia, a la esperanza se tiene que caminar a contra corriente, a pasos lentos y firmes, articulando el leguaje del amor y con la frente en alto para recuperar el valor de lo humano ante la destrucción y la cultura de la muerte.

Manuel Amador (Defensor y promotor de los derechos Humanos en la periferia urbana de la Ciudad de México)

Fotografía Manuel Amador / Somoselmedio.com
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