Por Max González Reyes
Todos los seres humanos tenemos historia. Por el sólo hecho de existir e ir creciendo vamos generando un pasado y en ese mismo camino nos vamos relacionando con otros para conseguir objetivos, ya sean personales o colectivos.
En el ámbito político se han establecido grupos o camarillas basadas en intereses comunes que se apoyan mutuamente para llegar a la élite. Dichas camarillas están basadas en relaciones creadas por el compadrazgo, amiguismo, padrinazgo, familiarismo y clientelismo, entre otras. No es extraño decir que mucho del régimen que estableció el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en sus años donde dominó la escena política estuvo en buena medida basado en el clientelismo y amiguismo, así como en las relaciones personales de sus actores que fueron tejiendo a tal grado que se convirtieron en grupos al interior del régimen que impulsaron a personajes que al paso del tiempo llegaron a la presidencia.
La institución más importante durante para el reclutamiento político de esta época hegemónica del PRI fue, sin duda, la etapa estudiantil donde varios personajes, a la postre secretarios de estado y presidentes, coincidieron en su paso por la universidad. Muchos de los políticos de la segunda mitad del Siglo XX fueron egresados de la UNAM; ahí tejieron sus redes de amiguismo que extendieron a la escena política. Posteriormente, muchos de ellos estudiaron en universidades del extranjero, pero su grupo cerrado estuvo basado en sus años estudiantiles.
Con el paso de las décadas esos grupos que gobernaron el país fueron sustituidos por otros que de igual manera tuvieron sus camarillas que los apoyaron en sus aspiraciones.
Por su parte, el bloque opositor a las políticas aplicadas en las décadas de los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta, también se aglutinó y comenzó a formar sus propias camarillas políticas para impulsar reformas legales que permitieran, primero, el reconocimiento de la oposición, y después, el acceso al poder de manera legal y legítima.
Ese acceso se logró en 2018 con la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia del país. El triunfo lopezobradorista fue el resultado de todo un movimiento que por decir lo menos, empezó en 1988 con la caída del sistema electoral en aquella elección del 6 de julio. Si bien, el movimiento había iniciado años y quizá décadas atrás, fue a partir de ese año que las fuerzas opositoras fueron ganando terreno hasta llegar a su cúspide en 2018. Ese triunfo no fue de un solo hombre sino de todo un esfuerzo colectivo donde hay muchos fracasos y fallecidos en el intento.
Sin embargo, una vez en el cargo, a lo largo de los primeros cuatro años de gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha enemistado con buena parte de la militancia que en su momento lo apoyó a llegar al cargo que hoy ostenta.
Es de todos conocido el alejamiento de Cuauhtémoc Cárdenas con el actual mandatario. Como se sabe, su momento ambos caminaron juntos para llegar a la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal. Hay que recordar que mientras Cárdenas buscaba por tercera ocasión la presidencia en el año 2000, López Obrador ganó la jefatura de la capital del país, ambos por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), partido del que fueron fundadores. Sin embargo, hace unos días el presidente López Obrador dijo en una de sus conferencias mañaneras que Cárdenas se había convertido en su “adversario político” tras ligarlo al Colectivo por México, un nuevo grupo de la oposición, aunque se retractó después de que Cárdenas aclaró que ya no estaba conectado con la organización. Pero el precedente del distanciamiento es claro.
Otra de las desavenencias del ejecutivo fue con quien en 2018 le entregó la banda presidencial cuando tomó protesta el entonces diputado de Morena Porfirio Muñoz Ledo. Sin embargo, López Obrador apoyó a Mario Delgado para que fuera presidente nacional del partido que fundó y relegó a Muñoz Ledo. Cabe resaltar que durante su tiempo en la Cámara baja, el politólogo fue uno de los impulsores más importantes de las iniciativas que se dictaban desde Palacio Nacional; sin embargo, hoy en día Muñoz Ledo es un crítico del presidente. Desde luego, el presidente lo ha calificado de opositor a su Cuarta Transformación.
Esas son quizá las dos figuras más representativas, entre varias, de todo un grupo político que desde los años ochenta del siglo pasado acompañaron al hoy presidente. Pero hay muchos más.
En sus mañaneras, López Obrador ha descalificado a cuanto personaje lo critique, así sea en lo más mínimo. Desde periodistas como Carmen Aristegui, que en el momento más oscuro -cuando el proceso de desafuero en su contra en 2005- le dio mucha difusión, hasta académicos como Jaime Cárdenas que lo asesoró en ese proceso de desafuero. El presidente piensa que llegó al cargo por sus méritos propios y sin ayuda de nadie. Si bien, no se puede negar su persistencia y perseverancia en llegar a ser presidente, pero ese cargo no lo logró solo. Para él todos han traicionado los ideales y sólo él se ha mantenido firme. Por eso no reconoce su pasado como líder y candidato presidencial del PRD y sobre todo su paso por el PRI.
Al presidente le encanta el conflicto, vive de él. Dice que sus adversarios hacen politiquerías, mientras él todas las mañanas descalifica esas politiquerías; no permite ninguna crítica, por mínima que sea, ni acepta algún error. Todo el que no opine como él, es su adversario, un neoliberal y conservador. Eso le ha llevado a ganar simpatizantes, pero también a perderlas.
