Teletrabajo y mutación del capital

Por Enrique G. Gallegos, UAM

OPERARIOS DEL PODER

Usualmente los operarios de las clases dominantes toman los efectos por las causas y las superficies por profundidades. Esos operarios, en los regímenes actuales juridificados, no son otros que los legisladores, eufemísticamente autodenominados como “representantes del pueblo”. Y en ese mundo de inversiones los más perjudicados son los de siempre: las clases trabajadoras, entendiendo por estas, toda persona que recibe un salario, sea en la fábrica donde se procesan gansitos, en una empresa de alta tecnología, en un negocio que vende libros, incluidas esas modalidades fetichizadas de “no-trabajo” (el ubertrabajo, el freelanceo, etc.). Esto puede interpretarse en el teletrabajo, que nuestros expeditos legisladores introdujeron como una “urgente necesidad” de modernizar y proteger a trabajadoras y trabajadores.

Captura de pantalla del decreto de la reforma al artículo 311 y adición del capítulo XII Bis de la Ley Federal del Trabajo.

A principios de este año, esos solones a la mexicana reformaron la Ley Federal del Trabajo e introdujeron el teletrabajo en su capítulo XII Bis, dando por sentado que con esa reforma se regula el trabajo y protege al trabajador, cuando en realidad lo que han hecho es validar la tendencia estructural del capital. Que haya sido votada por abrumadora mayoría de los diputados presentes (440 a favor y 2 en contra) sólo corrobora la subsunción real del poder político al capital. No hay que perder de vista que bajo el pretexto de una modernización laboral se ocultan también formas más intensas e invisibles de explotación: la autoexplotación, según veremos al final de este texto. Y poco se ha reflexionado, no en relación a sus consecuencias, sino respecto a los niveles de reestructuración y desestructuración del capital y trabajo. Una cosa es analizar cómo esa reforma impacta en los contratos colectivos, los estatutos y la organización del proceso laboral; y otra diferente es comprender la mutación del capital en los últimos cincuenta años y cómo el plusvalor ha desbordado al trabajo para capturar la vida misma como parte de los procesos de valorización. En esa mutación del capital, las tecnologías de información y comunicación, que ahora se aplican al teletrabajo, tienen mucho que ver.

CADA SOCIEDAD SUS TECNOLOGÍAS

A efecto de no parecer un bárbaro que come carne cruda o un romántico que añora el pasado de las cavernas y rechaza sin más las tecnologías, habrá que aclarar que mi punto de partida es que toda sociedad históricamente situada tiene y usa la tecnología que sus mismas determinaciones sociales, políticas, culturales y económicas le exigen. Los griegos, los romanos y la alta Edad Media tenían su tecnología; por supuesto, desde el punto de vista de la sustancia temporal, los aciertos tecnológicos de nuestra época se fundan en sus errores y certezas (hay rupturas y continuidades); pero como ya apuntó Marx hace más de 150 años, la singularidad de las sociedades capitalistas es que tienden a revolucionar las tecnologías, justamente por la búsqueda plusvalor. Money, money, money. Entonces, podemos decir que nosotros —hombre, mujeres y trans* que hemos vivido en los últimos 50 años— tenemos nuestra tecnología. Celulares, apps, plataformas digitales, computadoras, redes sociales, etc. son algunas de sus cotidianas expresiones.

Pero lo importante no es reconocer que cada sociedad está mediada por su tecnología. Lo significativo es qué se hace con ella. En la medida en que las sociedades capitalistas están determinadas por la contradicción capital y trabajo (contradicciones que no siempre son visibles y que asumen diferentes formas, según contextos y luchas), la tecnología recupera esa contradicción; pero justamente porque el comando político de una sociedad (estado, legisladores, partidos políticos, intelectuales, etc.) descansa a su vez en el control del capital, esa contradicción tiende a expresarse en la subsunción de la tecnología a la lógica del plusvalor. Money, money, money. Pero, como bien afirmó Benjamin, hay que reparar en que el estatuto cósico de las tecnologías es la de los medios. No fines: medios.

¿Pasamos del capitalismo industrial al capitalismo cognitivo? En la imagen una escena de la película “Tiempos Modernos”. Foto tomada de Wikipedia.

En ese conflicto capital y trabajo, la tecnología, en tanto medio, es doble. Puede ser utilizada como medio para aumentar el plusvalor, sostener el control político e intensificarlo; o puede ser usada como medio de lucha de los oprimidos y las clases trabajadoras. Intensificar el control o contribuir a la emancipación. Evidentemente en una sociedad como la nuestra —productora de mercancías— las tecnologías están orientadas estructuralmente a la generación de ganancia y al control político que le es necesario. Por supuesto, esto no descarta que esas mismas tecnologías sean un instrumento de lucha de los oprimidos. Sólo definen una tendencia estructural.

Sentado lo anterior, analicemos la mutación del capital y el teletrabajo.

¿MUTACIÓN DEL CAPITAL?

A partir de los años 70, las sociedades capitalistas se vieron envueltas en una crisis. El aumento de la productividad, en gran medida por las innovaciones y aplicaciones tecnológicas, tuvo como efecto la caída del valor de la fuerza de trabajo. Al caer el valor de la fuerza de trabajo, también caen las fuentes del plusvalor (recuérdese que el plusvalor es producto del plustrabajo). En esas condiciones, el capital comienza a recurrir a otras estrategias para mantener las tasas de ganancia: privatizaciones de los bienes públicos, exenciones de impuestos, desregulación de los derechos sociales, endeudamiento público para beneficio privado, vida cotidiana de las personas sumida en créditos, emprendedurismo laboral, desmaterialización de la moneda, automatizaciones, feminización de la fuerza de trabajo, etc. Es lo que se conoce, según el ámbito discursivo de que se trate, como posfordismo y/o neoliberalismo. Los años 80 y 90 serán clave para afianzar esta lógica del capital. Aquí Thatcher opera como la señora del apocalipsis y Reagan como uno de los siervos del capital en su fase neoliberal.

Reagan y Thatcher, fanáticos promotores del neoliberalismo. Foto tomada de Wikipedia.

En ese contexto de la caída del plusvalor y la búsqueda de nuevas fuentes, el capital se aprovechara de dos, ya previstas por Marx en su libro El Capital: la vida y el conocimiento. La vida (tanto en su aspecto somático como en la naturaleza) y el conocimiento, son manifestaciones y producciones de lo común y de la historia de la humanidad (como ha demostrado Mazzucato en El estado emprendedor, el invento del celular se apoya en apropiaciones privadas de lo común y de recursos públicos, y no tanto es producto de un genio; y algo similar se podría decir de las vacunas contra el Covid-19). Lo que tenemos, entonces, en ese tránsito a partir de los años 70 y en el cual aún estamos sumergidos, es la ampliación de las fuentes del plusvalor: pasamos de la apropiación de la fuerza de trabajo a la expropiación empresarial de la vida y el conocimiento. Particularmente ese conocimiento se ha aplicado con bastante rédito a las tecnologías de información y comunicación. Algunos teóricos denominan ese tránsito como capitalismo cognitivo. Esto, por supuesto, no deja de ser problemático, pues si —como afirma Marx— el plusvalor sólo es producto del trabajo abstracto, su ampliación a la vida y conocimiento, en realidad lo que oculta es la profunda crisis del capitalismo y su liminal esfuerzo para estabilizarse (y la crisis climática sería la cruda expresión que podría poner en jaque a la misma humanidad). Pero esta es otra discusión que dejo de lado.

TELETRABAJO Y DIGITALIZACIÓN DE LA VIDA

Ilustración tomada de Wikipedia

En ese marco, de aparente mutación de las fuentes vampirescas del capital, que ha pasado a hincarle el diente a la vida y al conocimiento, se comprende la premura por empujar el teletrabajo, como una modalidad que intensifica ya no sólo la apropiación del plustrabajo sino de la vida misma y el conocimiento, al aplicarse las tecnologías de la información y la comunicación a los procesos laborales, diversificando sus fuentes de plusvalor e intensificándolas. Una apuesta intensificada por la pandemia del Covid-19 que ha llevado a que empresas como Zoom, Google, Facebook, Twitter. Amazón, Apple, Microsoft, Netflix y otras, incrementan sus jugosas ganancias, mientras se despiden a miles de empleados y trabajadores por los mismos motivos de automatizar y digitalizar los procesos de servicio y laborales mediante esas tecnologías. Aquí es claro lo que Marx afirmaba en el Libro Primero del El Capital, en el sentido de que la “desvalorización relativa de la fuerza de trabajo (…) implica directamente una mayor valorización del capital” (pp. 426-427).

A partir del momento en que el trabajo se convierte en teletrabajo no es difícil inferir las consecuencias. Si en la superficie puede parecer que la flexibilidad del tiempo y el espacio benefician al trabajador; si puede parecer que el trabajador se ahorra los traslados casa-trabajo y puede estar más tiempo con sus seres queridos; si en la superficie el trabajador es dueño de sus horarios; en realidad con el teletrabajo, al mezclar vida privada y vida laboral, espacio vital y espacio productivo, tiempo de ocio y tiempo de control, al confundir día y noche, momentos de familia y esquemas de subordinación, el capital puede intensificar y diversificar sus fuentes de ganancia (y no sólo se trata, como la reforma laboral lo señala, de cuantificar luz y desgaste del equipo de computo, etc.), posesionándose del cuerpo y la vida misma como instrumento y medio del plusvalor. Llegado a un punto, esa lógica intensificadora hace que en lugar de una jornada de trabajo, se tenga, por las mismas tendencias estructurales del capital, jornadas ampliadas que terminan por recubrir la vida misma.

La desconexión se vuelve imposible una vez que es introducida en la casa, en la alcoba y en los espacios más íntimos. En este punto tenemos el apresamiento de la vida misma por la lógica del capital. No es casualidad que las personas se sientan “quemadas” por el uso de plataformas como zoom y que las enfermedades psíquicas hayan aumentado. Tampoco es casualidad que los discursos divulgadores del “internet de las cosas” vayan de la mano con los del teletrabajo. Con el teletrabajo, el internet de las cosas y las lógicas del emprendedurismo, el capital ya no tendría necesidad de horarios laborales, de contar con oficinas ni supervisores. La autoexplotación de volvería la norma y por la naturaleza cutánea de ese tipo de tecnología, también resulta interiorizada, sino es que hasta adictiva. Bien vistas las cosas, no es la jornada y los procesos laborales los que están en juego sino la vida misma, con sus noches y horas, sus gestos y ocios, sus ritmos vitales y su poesía; por ello, con el teletrabajo asistimos a una lógica intensificadora de la valorización del capital.

Times Square: hiperconectado. Foto tomada de Wikipedia

La expresión de esta captura es la tendencial algoritmización de la vida. El teletrabajo no hace sino inscribirse en esa tendencia. Al usar los celulares, trabajar en los computadoras y tablets, navegar en internet, hacer llamadas por whatsapp, darle likes a las publicaciones del facebook o usar tinder para tener sexo contingente, no sólo nos comunicamos, divertimos y trabajamos, sino contribuimos a la lógica de valorización del capital. Ya no sólo usamos el medio: somos el mismo medio de la monetarización. De esta manera, el capital diversifica, en medio de su profunda crisis, sus fuentes de valorización y al mismo tiempo contribuye a la precarización de la vida, justamente porque la productividad ha reducido el valor de la fuerza trabajo. En este punto se entiende la crisis: en la medida en que el capital se apodera de la vida y el conocimiento, la precarización ya no sólo es del trabajo sino de la vida misma. Ya no sólo estamos ante el ubertrabajo sino ante la ubervida. Vidas precarias, diría Butler. Vidas superfluas, diría Marx.

“¿QUÉ HACER?”

Entonces, lo que está en juego en el teletrabajo es algo más profundo que la simple aceptación y regulación de un tipo de trabajo mediado por las tecnologías de información y comunicación y realizado desde casa. ¿Qué hacer? En un célebre texto de 1902, Lenin se hacía esa pregunta (aunque en otro contexto y por otros motivos). La respuesta no pasa lisamente por una actitud negativa y de rechazo. La respuesta debe ser también positivizada y trasformada en estrategias y praxis política y para ello hay que considerar varias cosas: 1) que las tecnologías de la información y comunicación son medios; 2) que en tanto medios pueden ser usadas no sólo para controlar, sino también para luchar, militar y buscar un mundo mejor;  3) ciertamente, en el contexto de dominio del capital, tendencialmente son usadas para la producción de plusvalor y el control político; 4) no obstante, en tanto medios que se apoyan en expropiaciones de lo común, deben ser resocializados y devueltos al común; eso implica pasar de su apropiación privada a una recolectivización y democratización. Las clases trabajadores y los oprimidos deben asaltar y apropiarse las tecnologías de la información y la comunicación (habría que recordar que éstas son parte de los medios de producción y  quien los detenta, puede dominar la sociedad).

Esto significa, pasar —pensar— de la crisis del capital a su posible horizonte de salida: o sea, dar los primeros pasos desde el capitalismo, como fase crítica (e insisto, la crisis económica y la climática nos muestran su hondura), al neocomunismo como mecanismo para resocializar los bienes comunes (la vida, la naturaleza, los conocimientos, la tierra, los saberes sociales, etc.). Sólo transformando y resocializando la infraestructura, el teletrabajo se tornará virtuoso.

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